1 « Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.
2 Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto.
3 Vosotros estáis ya limpios gracias a la Palabra que os he anunciado.
4 Permaneced en mí, como yo en vosotros. Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí.
5 Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.
6 Si alguno no permanece en mí, es arrojado fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen, los echan al fuego y arden.
7 Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y lo conseguiréis.
8 La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto, y seáis mis discípulos. (Jn. 15, 1-8)

Jesús, para ilustrar su Palabra, elige imágenes de la vida cotidiana del pueblo de Israel. Y la vid es de las más felices que ya usaron los Profetas para describir al Pueblo Elegido: “Israel es como una viña frondosa” que el mismo Dios cultivó con mimo y tesón. Él mismo la sacó de Egipto para rescatarla de sus opresores. Y Óseas, el Profeta, se queja de parte de Dios, porque cuanto más abundantes eran sus frutos, más se prostituía con otros dioses.

Y Jesús habla de “la verdadera vid” que es Él mismo como Cabeza de un Cuerpo fértil, el Nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia. Pero, una vez rechazado el Antiguo Pueblo, Cristo nos ofrece la verdadera tabla de salvación, “la verdadera Vid”, que lleva en sí copiosos frutos y es la Única que agrada a Dios, el verdadero también Viñador de su Viña. Y esta Vid es Cristo, el Único Hijo del Padre, en quien se complace.
Ahora se entiende que Cristo nos pida con insistencia el estar unidos a ÉI, porque así sólo podremos dar fruto de vida eterna para salvar nuestra alma y la de todo el Cuerpo, que es la Iglesia. Ella es santa en razón de su Cabeza. Y sus ramas, en tanto que se pegan a Ella, es también santa y preciosa a los ojos de Dios-Padre.

Y ¿cómo estaremos unidos a la Vid? Pues escuchando su Palabra y llevándola a la práctica con la fuerza del Espíritu Santo, porque “sin Mí, no podéis hacer nada”. ¡Y nada es nada, por esto no buscaremos el salvar nuestra alma apoyándonos en nuestra “preciosa” razón o nuestras “geniales” ideas! ¡Sin Jesús en medio de nuestro corazón, no hay más que tinieblas y desconcierto en nuestra alma, que, queramos o no, camina herida por esta vida! Pero Jesús nos ama y quiere que su Palabra, engendrada en nosotros, sea poderosa para el bien e incapaz de todo mal. ¡Este es el fruto copioso que damos a nuestros hermanos en la fe!

¡Señor Jesús, enséñanos cómo podemos ser fértiles a tus ojos! ¡Qué tu Espíritu Santo “realice en nosotros el querer y la actividad para cumplir tu designio de amor”! ¡Deseamos “buscar los bienes de allá arriba donde estás Tú sentado a la derecha de Dios” y buscaremos los bienes espirituales, no los de la tierra! ¡Sabemos Señor que, así como la savia sube a lo largo de los sarmientos alimentándolos para que den fruto abundante, de la misma manera, misteriosamente, entra la gracia dentro de nuestra alma y lo primero que hace es limpiarla: “vosotros ya estáis limpios por la Palabra que os he hablado”! ¡Y, seguidamente, la hace muy fértil llevando en sí frutos muy copiosos!
¡Pero, ah Señor, no permitas que seamos sordos a tu Palabra y que llegue el día en que “seamos echados fuera”, separados de la cepa y, acabemos en el fuego eterno! ¡Tú has pagado con toda tu Sangre por nosotros saldando tanto pecado y menosprecio de tu Palabra! ¡Esta obra inaudita, sólo la has hecho Tú con Tu Espíritu Santo que es tu gran Amor! ¡Sigue, Señor, rescatándonos de nosotros mismos y llévanos a Ti! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!

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