Hola, buenos días, hoy Israel nos lleva al Señor. Que pases un feliz día.
¡QUÉ GRANDEZA!
Es una gozada salir por nuestra huerta en esta época del año: el colorido de las amapolas sobre el campo verde, las flores silvestres, los pajarillos de toda clase que revolotean por todas partes y que, con sus trinos, alegran el paseo…
Ayer, durante mi caminata, me quedé asombrada al ver caminar muy de cerca a una cigüeña. ¡Realmente es un ave enorme! Cuando la vemos allá arriba, en el nido o en sus altos vuelos, parece mucho más pequeña de lo que es en realidad. Pero, vista así, de cerca, es admirable su tamaño.
Me hizo gracia mi percepción: de lejos parece pequeña; de cerca, veo que es muy grande. Y me quedé pensando que, con las personas, casi siempre nos sucede al revés: cuando las vemos “de lejos” o “muy altas”, nos parecen grandísimas, personas admirables; en cambio, cuando las vemos “de cerca”, enseguida nos percatamos de algún defecto y, al detener nuestra mirada en eso, vemos a la persona muy pequeña.
En cambio, el Señor siempre nos ve grandes. Solo hay que sumergirse en el Evangelio para conocer profundamente cómo es la mirada de Jesús. Él ve a los que nadie ve y descubre la grandeza que hay en el corazón. ¡Está su imagen ahí grabada! Y su obra consiste en restaurarla y hacer que vuelva a brillar.
“Nada nos separará del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús”. Porque Él es amor y no quiere ni sabe hacer otra cosa que amar. Nuestras pequeñeces no empobrecen su mirada sobre nosotros, sino que nos mira con la altísima dignidad que nos ha otorgado, para que nosotros, al descubrirla en su mirada, podamos experimentar cuánto nos ama.
¿Cuánto será nuestro valor para que quisiera enviar a su Hijo a dar la vida por nosotros…? Experimentar esta mirada sobre mí transforma mi forma de mirar a los demás.
Hoy, el reto del amor es descubrir la grandeza de las personas que tengo a mi lado. Ojalá hoy pueda ver a cada persona como a la cigüeña: que, al verlos de cerca, descubra aún más su grandeza.
VIVE DE CRISTO