27 Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen.

28 Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano.

29 El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. 

30 Yo y el Padre somos uno.» (Jn. 10, 27-30) 

La frase final de este Evangelio de San Juan es contundente: “Yo y el Padre, somos Uno”. En el Seno Trinitario no hay distinción en la divinidad: el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios. No son tres dioses sino un sólo Dios verdadero. Pero sí que hay distinción en las Personas: son Tres Personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Lo que hace el Padre, lo hace también el Hijo y, a su vez, el Espíritu Santo. Pero cada Persona en la Trinidad, como si pudiéramos decir, tiene una misión: el Padre es el que crea y engendra al Hijo desde toda la eternidad y es el que envía. El Hijo es enviado del Padre y el Espíritu Santo es el Santificador, es el Amor divino en la Trinidad.

Con estas meditaciones de Dios, ahora podemos entrar en la Palabra de Jesús: “Yo y el Padre, somos Uno”. El Padre le ha dado a Jesús, su Hijo, estas ovejas, las que escuchan su voz y le siguen. Ésta es la Iglesia fiel de Cristo, la Iglesia que Él conoce y ama y que les da lo que el mismo Padre le ha dado a ÉI: la Resurrección con la vida eterna.

Pero estas ovejas, estos hijos de Dios, que son de Cristo, son más que todas las cosas creadas, porque el Padre imprimió en sus almas la filiación de hijos adoptivos en el Hijo. Y esto no se lo ha dado a todas las cosas. Por esto, todo hombre es sagrado a los ojos de Dios y muchos de ellos, ovejas de Jesús, al serle fieles y escucharle y seguirle.

San Juan, el Evangelista, es quién nos lleva de la mano para entrar a comprender algo del Misterio de Dios. Sólo él se atrevió a formular: “Dios es amor”, que nunca lo hemos oído así en la Escritura hasta la venida de Cristo en nuestro mundo. Y es que el Padre es Amor, el Hijo es el Amor y el Espíritu Santo es Amor. Dentro de la Trinidad no habita sino el Amor Divino. Así, el Padre creó todas las cosas por amor y envió a su Hijo Jesús, Dios y Hombre verdadero, sólo por el inmenso, infinito amor a los hombres y los ungió y santificó con el envío del Espíritu Santo y así nos divinizó y santificó en el Amor.

Cuando Jesús dijo: “el Padre y Yo somos Uno”, estaba explicándonos todos estos Misterios para que siempre lo amáramos y nunca lo temiéramos. Porque el hombre, en su bautismo, recibió la semilla del Espíritu Santo para que viviéramos de Él y con Él y, un día,volviéramos al regazo de donde habíamos salido. Temor de Dios, sí, que es la fiel custodia de nuestra alma, en el que preferimos morir antes que desagradar a Dios y poner triste al Espíritu Santo con nuestras malas obras. Pero, miedo y temor a Dios, ¡no! porque donde hay temor no hay amor sino esclavitud, al pensar si seremos castigados y rechazados por Dios. A esto opondremos la confianza que nos da el Espíritu Santo, para siempre estar colgados y dependientes de su Misericordia.

¡Señor, permítenos creer en Ti, hasta la locura del Amor, sin condiciones! ¡Queremos ser tuyos, de tus ovejas! ¡Qué así sea! ¡Amén!¡Amén!  

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