16 Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
17 Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
18 El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios.
19 Y el juicio está en que vino la luz al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas.
20 Pues todo el que obra el mal aborrece la luz y no va a la luz, para que no sean censuradas sus obras.
21 Pero el que obra la verdad, va a la luz, para que quede de manifiesto que sus obras están hechas según Dios.» (Jn. 3, 16-21)

El Amor en Dios nunca puede ser razonable. Siempre será “excesivo”, “tanto nos amó”. Y esto escapa a nuestra percepción, pero no así lo que se deriva de este exceso de Amor. Porque, por él nos envió a su Hijo Único. Y esta decisión de Dios nos es completamente un Misterio. ¡Que Dios, en Jesús, deje su cielo que es todo Amor y se encarne en “una carne pecadora como la nuestra”, es un descenso de Dios inaudito y sólo si el Espíritu de Jesús tiene a bien revelarnos este Misterio, entonces quedaremos absortos en su atmósfera divina!

Y es que Jesús no ha venido a nosotros a desvelarnos los misterios de la naturaleza y tampoco los procesos psicológicos de los hombres. Su misión es totalmente sobrenatural: nos trae el amor del Padre y su deseo irreductible de que vivamos por medio de ÉI. ¡Nos trae a la tierra y al corazón del hombre la vida eterna, la vida divina!

Jesús, ante este plan salvador, nos pide fe, que creamos en ÉI. Y este creer no lo podemos tener por un proceso mental, sino que es un Don de Dios. Pero no todo lo hace Él: nos pide el consentimiento, ese “sí” que sólo podemos dar con nuestra libertad no coaccionada. ¡Creer es estar ya salvados!.
¡Ah, pero no todos los hombres siguieron este camino de bondad y amor! El hombre libremente puede vivir en las tinieblas del pecado y de la ignorancia culpable. Éste detesta la Luz porque ella descubre sus obras que son malas y huye de su claridad porque le deja al descubierto y desnudo y sin el vestido de la Verdad y el bien obrar. El hombre no quiere verse así, por eso se esconde de Dios que es todo Luz. Así, nos cuenta el libro del Génesis que le sucedió a Adán después de pecar contra Dios: eligió la tiniebla de su amor propio en vez de la claridad del Amor de Dios. Prefirió un fuego fatuo a la fuente y el origen de toda otra luz.

¡Señor mío y Dios mío, no permitas que mi alma vague en la oscuridad del pecado que es la muerte! ¡Yo deseo la Vida, pero no esta perecedera, sino la Vida eterna donde vives en tu Gloria, oh Señor y mi Padre-Dios! ¡Si muchas veces camino por cañadas oscuras, no me abandones en ese hondón tenebroso que es el alejamiento de Ti! Tú sabes bien, mi Dios, que de allí yo no puedo salir solo, ¡no tengo fuerzas para ello! ¡Sólo la gran fuerza de tu misericordia puede rescatarme de este valle de muerte y miseria! ¡Mi seguridad está en que quieres y puedes hacerlo, pues, nos has visitado de lo Alto para salvarnos y no para condenarnos! ¡Tu Palabra me lo asegura y Ella nunca falla!: “¡Yo no he venido a condenaros, sino a salvaros del pecado y de la muerte eterna”, porque “Yo soy la Vida y la doy a quien quiero”! ¡Permíteme, Señor, “caminar siempre a tu Luz para que se vea que mis obras están hechas según Dios” y no según mis caprichos o deseos! ¡Tú lo puedes todo! ¡Amén! ¡Amén!

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