“Todo está cumplido.” (Juan 19,30)

¿Por qué deberíamos meditar en las últimas palabras de Jesús desde la cruz?

Como explicó el Venerable Fulton J. Sheen:

“Jamás hubo un predicador comparable a Cristo moribundo. Nunca hubo un auditorio semejante al que se apretó junto a la tribuna de la cruz. Jamás se pronunció un sermón igual al de las siete palabras.”

El Padre Raymond J. de Souza también compartió esta práctica espiritual con National Catholic Register:

“Existe otra costumbre del Viernes Santo, la de las ‘Siete Últimas Palabras’, hecha famosa en los últimos tiempos por el Venerable Fulton Sheen, quien predicó las Siete Palabras cada Viernes Santo durante 58 años”.

A continuación, te presentamos las últimas palabras de Jesús, junto con el versículo correspondiente de las Escrituras y una oración escrita por el Venerable Fulton Sheen.

1) “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23, 34).

Oración:

Oh, Jesús, yo no deseo ser sabio en las ciencias de este mundo; no deseo saber sobre qué yunque han sido forjados los copos de nieve, en qué recovecos se oculta la oscuridad ni de dónde viene la escarcha; ni por qué el oro se encuentra en el interior de la tierra o el fuego se eleva en humareda hacia el cielo. No deseo conocer la literatura ni las ciencias, ni este universo de cuatro dimensiones en que vivimos; no quiero conocer la amplitud del universo en años de luz ni la anchura de la órbita terráquea, cuando gira alrededor del carro del sol; no quiero conocer la altura de las estrellas, castas antorchas de la noche; no quiero saber la profundidad del mar ni los secretos de sus palacios submarinos. Quiero ser un ignorante en estas cosas. Que conozca únicamente, oh dulce Salvador, la amplitud, la anchura, la altura y la profundidad de tu amor redentor sobre la Cruz. Deseo, oh Jesús, ignorar todo lo del mundo menos a Ti. Y entonces, por la más extraña de las paradojas, será cuando lo conoceré todo.

2) “Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lucas 23, 43)

Oración:

¡Oh Jesús! Tu bondad para con el ladrón arrepentido es el cumplimiento de aquellas palabras del Antiguo Testamento: “Aunque vuestros pecados sean como la escarlata quedarán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura se volverán blancos como la lana”. Es el perdón que has concedido al ladrón arrepentido lo que me hace comprender el sentido de aquellas otras palabras: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores… No son los sanos los que necesitan al médico, sino los enfermos”. “Habrá más gozo en el cielo por un pecador que hace penitencia que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentirse”. Comprendo ahora que Pedro no podía convertirse en Vicario tuyo en la tierra sino después de haber pecado tres veces, a fin de que la Iglesia, cuyo jefe era, pudiera entender la remisión de los pecados y el perdón. Jesús, empiezo a darme cuenta de que, si no hubiese pecado, nunca podría llamarte “Salvador”. El ladrón no es el único pecador, pero Tú solo eres el “Salvador”.

3) “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Juan 19, 26-27)

Oración:

¡Oh María! Del mismo modo que Jesús nació de Ti, según la carne, en la primera Natividad, nosotros hemos nacido de Ti, según el espíritu, en la segunda Natividad. De esta forma, Tú nos has engendrado en un mundo nuevo de parentescos espirituales, en que Dios es Padre, Jesús hermano y Tú nuestra Madre. Si es cierto que nunca puede una madre olvidar al hijo que ha llevado en sus entrañas, Tú no podrás jamás, oh María, olvidarnos.

Lo mismo que fuiste co-redentora para adquirirnos las gracias de la vida eterna, sé Tú la co-mediadora para distribuírnoslas. Nada te es imposible, ya que eres madre de Aquel que todo lo puede.

Si tu Hijo no rechazó tu petición en el festín de Caná, tampoco la rechazará en el banquete celeste, en el que has sido coronada como Reina de los ángeles y de los santos. Intercede ante tu Hijo para que se digne cambiar el agua de mi debilidad en el vino de tu fuerza. ¡María, Tú eres el refugio de los pecadores! Ruega por nosotros, prosternados ahora al pie de la Cruz. Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.

4) “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” (Mateo 27, 46 y Marcos 15, 34)

Oración:

¡Oh Jesús! Tú expías ahora esos momentos nuestros de tibieza en que no somos ni del cielo ni de la tierra, puesto que Tú, ahora, sufres colgado entre los dos: abandonado por uno, renegado por el otro. Tu Padre escondió su Rostro de Ti, porque Tú no quisiste abandonar a esta humanidad pecadora. Y, porque no quisiste abandonar a tu Padre celestial, esa misma humanidad pecadora te dio la espalda. Así nos uniste al Padre en la santa asociación. Los hombres ya no podrán decir que Dios no conoce el sufrimiento de un corazón humano abandonado, puesto que Tú lo estás ahora. Ya no pueden los hombres argüir diciendo que Dios no sabe lo que es un corazón herido por la ausencia divina, puesto que ahora esa dulce presencia parece haberse apartado de Ti.

¡Oh Jesús! Ahora comprendo el porqué de los sufrimientos, abandonos y tormentos, porque veo que incluso el mismo sol tiene su eclipse. Pero, Señor, ¿por qué no soy más dócil? Enséñame que, así como Tú no hiciste Tu propia Cruz, tampoco yo debo hacer la mía, sino aceptar aquella que Tú haces para mí. Dime, ¿hasta cuándo, hasta cuándo, Señor, te mantendré sufriendo en la Cruz?

5) “Tengo sed” (Juan 19, 28-29)

Oración:

¡Oh Jesús!, todo lo diste por mí, y yo no he sabido darte nada en retorno. ¡Cuántas veces has venido a vendimiar a la viña de mi alma y no has encontrado más que escasos racimos! ¡Cuántas veces has buscado y no has encontrado, cuántas has llamado y la puerta de mi alma ha permanecido cerrada! ¡Cuántas veces me has dicho: «tengo sed», y yo no te he ofrecido sino hiel y vinagre!

¡Cuántas veces he temido que al recibirte tendría que renunciar a todo! Sin comprender que al poseer la llama me olvidaría de la pequeña chispa, que al poseer todo el sol de tu amor me olvidaría del reflejo de una afección humana; que al poseer la dicha perfecta, que sólo Tú puedes dar, olvidaría las migajas que da la tierra.

¡Oh Jesús! Mi historia es la historia de la negativa a devolver corazón por corazón, amor por amor. Antes que cualquier otro don humano, concédeme el don de saberte amar.

6) “Todo está cumplido” (Juan 19, 30)

Oración:

¡Oh Jesús! Vuestro quehacer es la redención, el mío la expiación, hasta ser uno contigo, en tu vida, en tu verdad y en tu amor. Tu estas en la Cruz, pero somos nosotros los que te hemos de bajar. ¡Cuánto tiempo habrás estado clavado! Por tu apóstol Pablo nos has dicho que los que son Tuyos crucifican su carne y sus concupiscencias. Entonces, mi tarea no habrá acabado hasta que ocupe tu lugar en la Cruz, pues hasta que en mi vida no haya un Viernes Santo no habrá tampoco Domingo de Pascua; mientras no haya túnica de ignominia, no existirá el blanco vestido de la sabiduría; mientras no haya corona de espinas, no habrá cuerpo glorioso; mientras no haya lucha, no habrá victoria; mientras no exista sed, no existirá la divina saciedad; mientras no haya cruz, no habrá sepulcro vacío. Enséñame, oh Jesús, a llevar a cabo esta tarea, porque conviene que los hijos de los hombres sufran y así entren en el reino de la Gloria.

7) “Padre, en tus manos pongo mi espíritu” (Lucas 23, 46)

Oración:

¡No, María! Belén no se está repitiendo. No es el pesebre, sino la Cruz; no la Natividad, sino la muerte; no se trata de días de amable convivencia con pastores y magos, sino de horas de muerte junto a ladrones; no Belén, sino el Calvario.

Belén es Jesús tal como tú, Madre inmaculada, nos lo diste a los hombres. El Calvario es Jesús tal como los hombres te lo hemos devuelto. Entre el pesebre, donde nos lo diste, y el Calvario, donde te lo devolvimos, existe un intervalo: el intervalo de mis pecados.

María, no es ésta tu hora, sino la mía: la hora de mi perversidad y de mis pecados. Si yo no hubiera pecado, no hubiera planeado alrededor de su ensangrentado cadáver la muerte de negras alas. Si yo, llevado de mi orgullo, no hubiera pecado, no se hubiera trenzado la expiadora corona de espinas. Si hubiera resistido a marchar por el camino ancho que lleva a la perdición, no estarían sus pies atravesados por los clavos. Si yo, en medio de espinas y cardos, hubiera respondido a las llamadas de mi Pastor, sus labios no conocerían la fiebre. Si hubiera sido más fiel, su mejilla no hubiera sido maculada por el beso de Judas.

Yo soy, María, quien está situado entre su nacimiento y su muerte redentora que se aproxima. María, con dolor te advierto: cuando tus brazos se preparen para recibir su cuerpo, no esperes encontrarlo rosado como cuando vino del Padre celestial; está enrojecido por mis pecados. Dentro de breves instantes tu Hijo habrá entregado el alma a su Padre y su cuerpo estará entre tus manos llenas de caricias.

Ya están derramándose las últimas gotas de sangre del cáliz de la Redención, manchando la madera de la Cruz y ensangrentando las rocas que bien pronto van a desgajarse de horror. Una sola de estas gotas sería suficiente para redimir mil mundos.

¡Oh María, Madre mía!, intercede ante tu Hijo para que nos perdone el pecado de haber convertido en Calvario tu Belén. Suplícale, oh María, en estos últimos instantes, que nos conceda la gracia de no volverlo a crucificar, de no volver a atravesar con siete espadas tu corazón.

Oh María, implora a tu Hijo que agoniza por mí, para que yo viva… ¡María! ¡Oh! ¡Jesús ha muerto… Oh María!

Las oraciones son extractos de “The Seven Last Words”, del Venerable Fulton John Sheen, 1933, publicado por Our Sunday Visitor, Huntington, Indiana, con el Imprimátur del Obispo John Francis Noll, D.D., Diócesis de Fort Wayne, Indiana.

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https://es.churchpop.com/las-7-palabras-de-jesus-en-la-cruz-las-meditaciones-del-venerable-fulton-sheen-para-semana-santa

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