1 En aquel mismo momento llegaron algunos que le contaron lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilato con la de sus sacrificios.
2 Les respondió Jesús: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas?
3 No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.
4 O aquellos dieciocho sobre los que se desplomó la torre de Siloé matándolos, ¿pensáis que eran más culpables que los demás hombres que habitaban en Jerusalén?
5 No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo.»
6 Les dijo esta parábola: «Un hombre tenía plantada una higuera en su viña, y fue a buscar fruto en ella y no lo encontró.
7 Dijo entonces al viñador: «Ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro; córtala; ¿para qué va a cansar la tierra?»
8 Pero él le respondió: «Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono,
9 por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas.”» (Lc. 13, 1-9)

“El tiempo”, es una criatura de Dios que nos ha regalado para que nunca desesperemos pues, en el tiempo, el Señor siempre nos está esperando: es un aliado nuestro. Y, Dios, ha querido someterse también a él, cuando se hizo hombre. Él, tuvo su tiempo de nacer, de ser niño, de llegar a la edad adulta y entonces, y no antes, comenzó predicar el Reino de Dios. También, padeció el tiempo de ser rechazado por los suyos y de morir crucificado a sus manos. Y siempre se preguntan los hombres: “¿por qué Dios no castiga ya a los hombres malvados?”. Y, es que, y es Él mismo quien nos responde: “el Señor no tarda en cumplir su promesa, como cree en algunos, sino que tiene mucha paciencia con vosotros porque no quiere que ninguno se pierda, sino que todos se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad”.
La conversión a Dios es una gracia, pero también una responsabilidad que, se nos ofrece. No siempre, como la higuera, damos el fruto que requiere la conversión y que nuestro Amo, Dios, espera de nosotros. En el tiempo de nuestra vida, ejercitamos la libertad que, también es don de Dios pero que, sólo fue creada para dirigirse y elegir el bien, aunque siempre se nos permitirá, en contra de la voluntad de Dios, acercarnos al mal y hacerlo nuestro.


Esto, sucedió en el relato del primer pecado por Adán y Eva. Pero Dios, ya advirtió a Caín: “el pecado está a la puerta acechando como fiera que te codicia y, a quien tienes que dominar”. Pero Caín, no escuchó esta voz que lo habría salvado de sí mismo y también del Maligno. Siempre, será por el oído por donde ejercemos nuestra libertad: o, “escucha Israel mandamientos de vida” o, “seréis como dioses, sin Dios”. ¡Qué grave situación la del hombre que sólo tiene estas dos opciones!. “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?: Jesucristo que, ha dado su vida por mí para rescatarme de esta maldición”. Oraba y clamaba a Dios San Pablo.


¡No dejemos que la esterilidad de la higuera se apodere de nuestra vida! ¡Abramos la tierra de nuestro corazón para que Dios cave y ahonde senos donde habite su gracia!. Y, dejemos también ser abonados con los pensamientos buenos de nuestro Ángel bueno. Y, en definitiva, la clave está en dejar que el Espíritu Santo entre de lleno en nuestro corazón y habite en él por el Amor. Pues, ¿qué otra cosa vive en nosotros cuando somos dóciles y no hijos rebeldes que, el Amor y todos sus frutos?: la paz, la alegría de ser hijos de un Padre, todo bondad, la mansedumbre, la paciencia, la fe, la castidad… Todo esto son los frutos fértiles de un cristiano, de un hijo, de un siervo fiel y obediente.
¡Señor, no te canses de abonar y fertilizar nuestro corazón tan necesitado de gracia y bendición! ¡Tú lo puedes todo Señor, de mí! ¡Espero con fe en tu cariño de Padre que, me hagas bueno! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

error: Contenido Protegido