1 « Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial.
2 Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga.
3 Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha;
4 así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
5 « Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados para ser vistos de los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga.
6 Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
16 « Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan; en verdad os digo que ya reciben su paga.
17 Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,
18 para que tu ayuno sea visto, no por los hombres, sino por tu Padre que está allí, en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. (Mt. 6, 1-6. 16-18)
Si sabemos que estamos en la presencia de Dios y Él nos contempla siempre, hemos de hacer consciente que nada escapa a su mirada. Y, si esta mirada sobre nosotros es benevolente, ¿no nos afanaremos por agradar y hacer el bien a quien tanto nos ama y pródiga sus cuidados como una madre a quien no se le escapa ningún movimiento de su pequeño?. Esto es devolver bien por el Bien absoluto que es Dios. Pero nunca seremos justos al rendirle adoración, porque ÉI es el Creador de todo y nosotros unas pequeñas criaturas. Mas es un consuelo comprobar que, si todas nuestras “miniaturas” se las ofrecemos a Dios y nada queda fuera de ellas, todo “yo” estoy entregado a todo “Tú”. ¡Esto es nuestro homenaje justo y gracioso!
Y en esta actitud y con el arma de nuestra adoración, oramos, servimos y nos privamos de lo que nos es superfluo o innecesario y ¡más de lo que nos puede estar haciendo daño! Jesús, nuestro Salvador y Modelo,también oró al Padre-Dios, ¡y qué oración más pura y amorosa, más entregada del todo a la voluntad de Dios!: “¡Padre mío, no se haga mi voluntad sino la tuya!”.
Decía el Catecismo: “orar es levantar el corazón a Dios y pedirle su gracia”. La primera gracia que Dios nos concede es ponernos en su presencia y escucharle, hablarle, suplicarle, alabarle por su bondad y adorarle y bendecirle por su gloria infinita. ¿Y después?. ¡Pues que venga lo que viniere según su beneplácito, porque decir Dios, es recibirle como Don!…
Y aquí entramos de lleno en la atmósfera del Espíritu Santo. Él es el Santificador y en este tiempo fuerte que comenzamos de la Cuaresma,¿qué otra cosa desea sino santificarnos, hacernos vivir en la realidad de Dios y dejar a un lado la vida caduca en la que muchas veces nos vemos sumergidos?. ¡No estamos solos para recorrer este camino de conversión que, a veces, se nos imagina como intrincado y difícil! ¡No,Él es el Consolador, el Abogado defensor, el Santificador, el Entrañable,más profundo que nuestra misma intimidad… ¡Él está aquí sosteniéndonos, iluminando los entresijos de nuestra conciencia, a veces tan maltratada por nosotros mismos!. Él nos dice: “¡por aquí, no por donde tú deseas o piensas, sino por dónde Yo te guío y te curo, te alumbro y te tomo de la mano y cubro tu corazón de gracia y santidad!”
¡Oh Dios mío, deseo ser tuyo, todo tuyo, sin otro Dios que Tú, pero sólo tu fuerza puede desbaratar tantos idolillos que me rodean y parecen perseguirme para que no te elija sólo a Ti! ¡Quiero lo que tú quieres, ven en mi auxilio¡. Sé que la Iglesia me ofrece este tiempo fuerte de la Cuaresma como un regalo para orar más; para entregarme más y para escuchar más tu Palabra que, como luz, me guía en el camino de la vida!: ¡“Tu Palabra es eterna y no pasará” y, cuanto más te medite y meentregue a Ella en actitud obediente, más mi hombre interior se va divinizando para que en el Día de tu venida Tú me reconozcas como algo tuyo, como tu hijo querido, en el Hijo!
¡Ven, ven Jesús, ven a mi corazón y llénalo de Ti ¡Qué así sea! !Amén! ¡Amén!