18 de febrero de 2025
La conmovedora historia de Marcela, quien encontró la paz y sanó las profundas heridas de su alma tras someterse a cuatro abortos, es un ejemplo tangible de la infinita Misericordia de Dios.
Al narrar su valiente testimonio a ACI Prensa, esta mujer argentina revela las dificultades del camino de sanación, que recorrió gracias al Proyecto Esperanza, un programa de acompañamiento pastoral para la sanación emocional y espiritual de personas heridas por el aborto.
Tras su conversión, comprendió que la vida es un don de Dios, una convicción que le llevó a adoptar a un niño no deseado cuya madre padecía esquizofrenia.
El primer aborto a los 16 años
Marcela no tuvo una niñez fácil. El alcoholismo de su padre provocó una gran falta de comunicación en su familia, en la que “el respeto era más miedo que empatía”.
Recuerda que era “una adolescente tranquila y soñadora”, que no asimilaba los problemas que había en casa. “Mis padres estaban separados bajo el mismo techo”, lamenta. En cuanto a sus hermanas, eran prácticamente unas desconocidas.
Con tan sólo 12 años, asegura, encontró al amor de su vida, Juan. Él tenía 13 años por aquel entonces, “y a medida que crecíamos, era más fuerte lo que sentíamos”, destaca. “Con 16 años llegó mi primer embarazo, todo era inesperado, tenía miedo, pero yo lo deseaba, yo lo quería”.
Sin embargo, su madre le dijo que no era posible criar a su hijo, “y me anularon con un montón de excusas a las que no pude contestar, ni defenderme, ni defenderlo, ni gritar, ni llorar”, lamenta Marcela.
Tras el primer aborto, llegó un gran vacío que se sumó al silencio, la falta de consuelo y la rebeldía. “Era como si no hubiera existido, pero quedó grabado en mi mente”, asegura.
Juan, sin embargo, no sabía nada: “Siempre supuse que era yo la que debía arreglar el problema”.
Con 19 años, volvió a ocurrir lo mismo. Y, tras un nuevo aborto, el segundo, volvió a quedarse embarazada pasados unos años. “Pero esta vez fue distinto, sentí que este embarazo debía ser, que estaba dispuesta a todo por el amor de mi vida y este bebé”. Y entonces nació Flor.
“En ese tiempo Juan no tenía trabajo seguro, bebía alcohol y consumía [drogas], lo que trajo mucha inestabilidad a la pareja. Maduré de golpe con una hija en brazos y con un montón de responsabilidades”, señala.
La soledad anidó en su alma
Recuerda cómo la soledad “anidó en mi alma”, el enfado creció “y la ira ganó tanto espacio que se salió de control, atacando lo más preciado que tenía”, su hija. Al año y medio, de nuevo, volvió a quedarse embarazada. “Una vez más resolví el problema del modo aprendido… Después de cada aborto sentía que me había sacado un peso de encima, cosa que con el tiempo fue totalmente lo contrario”.
“Mi temperamento era cada vez más fuerte. Flor, mi hija, sufría mi dureza. Mi amor por Juan se fue transformando. Ya no era el mismo. La situación económica era difícil y en 1995, por última vez, me embaracé”. Aunque Juan quiso tenerlo, Marcela se negó: “Mi respuesta fue un rotundo no”.
Después del cuarto aborto, Marcela asegura que tenía “el corazón herido y el alma rota” y que el hecho de “tocar fondo” le ayudó a empezar a sanar. “La mochila que llevaba era infernal, la tristeza afloraba por mis ojos, pero no podía expresar sentimiento alguno, mi alma muda no sabía cómo pedir ayuda, no abrazaba ni me dejaba abrazar, creo que gruñía y ladraba ante cualquier cosa buena que quisiera acercarse”.
Recuerda con especial tristeza el momento en el que volvió a atravesar “aquello que quería olvidar desesperadamente, que creí enterrado para siempre: mi hija pasó por esa misma situación y abortó”.
“Yo pensé que tenía todo controlado, que estaba todo bien, siempre son las mismas excusas”, señala. Sin embargo, entendió que “si no cortaba con este círculo nada iba a cambiar, ni a sanar; siempre iba a haber muerte en nuestras vidas”.
Una verdadera conversión
“Y es así cómo comenzamos juntos nuestra conversión, sanándonos desde dentro, sacando todo lo podrido y volviendo a rescatar la alegría perdida y todo lo bueno que estaba ahogado, y lo mejor es que fue juntos ya no me sentí sola”.
Fue un camino largo, remarca, y tampoco fue fácil. “El proceso de sanación para las heridas del aborto significó reconocer nuestros errores, pedir perdón y perdonar, y también poner en práctica todo lo aprendido”. Una vez sanada, comprendió que “la vida es un don de Dios”.
“Significó también valentía para preguntar y escuchar a nuestros seres queridos, que también llevan su mochila; comprender y acompañar muchas veces desde el silencio”. En medio del sufrimiento, encontró a Dios y entendió que en ocasiones “permite las cosas para que luego podamos conocer su Misericordia y Amor”.
Los instrumentos del Espíritu Santo
Explica a ACI Prensa que su camino de conversión “fue largo” y que, en 2002, decidió confirmarse. “Si me preguntan cómo llegué ahí, no lo sé, creo que el Espíritu Santo se valió de muchos instrumentos”. Al año siguiente, también se confirmó Juan, y en 2004 se casaron. “Ayudé como catequista varios años, pero sin dar aún testimonio de todo lo que había vivido”.
Con el tiempo, recibió una invitación para participar en un grupo provida y fue así como conoció el Proyecto Esperanza. “Me animé y con entusiasmo comencé a trabajar, de alguna forma sentí que ese era mi lugar, aprendí a ponerme en los zapatos de mi prójimo y a no juzgar”.
“Entendí que cada situación es única, pero no imposible a los ojos de Dios… Cuánto dolor se puede mitigar con un abrazo, un oído atento, una palabra de aliento y la esperanza de que las cosas pueden mejorar”, señala.
La coordinadora del Proyecto Esperanza en Argentina, Ana Salgado, subrayó a ACI Prensa que “el acompañamiento es un lugar donde Dios se revela y en cada uno lo hace de un modo diferente”.
“Marcela y Juan fueron verdaderamente una fuente de revelación para las dos personas que los acompañamos. Revelación del inmenso Amor incondicional de Dios, de Su paciencia y generosidad, de su modo de hacer ‘nuevas todas las cosas’”.
Destaca que Juan y Marcela hicieron “un camino que les permitió salir de ese círculo de repetición, en el que muchas veces quedan atrapados quienes viven experiencias de maltrato. Un camino que pudo despertar ese corazón que sintieron anestesiado… alejado de todo sentimiento o emoción. Un camino que los llevó a descubrir un sentido a través de la entrega o reparación”.
Adoptó a un niño que fue salvado del aborto
En 2012, Dios puso en sus manos a un niño “salvado de ser abortado por una madre con esquizofrenia que no podía hacerse cargo, un padre ausente y una familia con muchas dificultades”.
“Un día apareció con su abuela en la parroquia, donde yo trabajaba. El niño tenía seis meses y ella me preguntó si era posible que la ayudáramos a darlo en adopción, a lo que le respondí con el corazón ‘dámelo a mí’, y así comenzó todo”, recuerda Marcela.
En 2022 Juan falleció víctima de cáncer, “la mitad de mi corazón se fue con él”. Marcela agradece a Dios por su vida y por haber experimentado toda su misericordia.