15 Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado.»

16 Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. 

17 Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; 

18 y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. 

19 María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. 

20 Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho. 

21 Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, se le dio el nombre de Jesús, el que le dio el ángel antes de ser concebido en el seno. (Lc. 2, 15-21)

En la monotonía de un trabajo duro y, sin muchas sorpresas para los pastores de ovejas en Belén , viene a visitarlos un mensaje del cielo lleno de alegría y esperanza :  “un ángel del Señor se les apareció y los inundó un gran resplandor” : la gloria del Señor que los envuelve y les dijo que, era ya llegado el Salvador, el Mesías, el Señor, aquel que Israel esperaba desde siglos y que los Profetas lo anunciaron, no para su tiempo sino para éste. Y los primeros destinatarios, eran los más pobres, aquellos que el mundo desprecia pero que, para Dios, son sus preferidos: los pastores.

Ellos, fieles a este anuncio, dejándolo todo, “fueron corriendo a Belén a ver aquello que el Señor les había dicho”. Y, la alegría de sus pobres corazones estallaba de gozo pues con sus propios ojos, contemplaron al Señor, al “Dios con nosotros”, en la persona de un pobre niño, tan pobre como ellos, porque esto, sucedió en uno de sus refugios de la montaña, “en un pesebre”.

Todo era compartir “lo que habían visto y oído” con sus compañeros y por los que encontraron a su paso. Pero, esta grandísima noticia, no traspasó los límites de la gente pobre. Herodes el rey, por supuesto, no se enteró de nada y con él, la gente acomodada de Belén y sus alrededores.

Aquí, saboreamos que Dios “a los hambrientos de Él, los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”, así como a los poderosos y a los soberbios.

Este Misterio de Jesús, Dios, que se hizo pobre y uno de tantos, lo entendió muy bien María, la Madre de Jesús y lo cantó con acentos de mucha gracia en “el Magníficat” en que, bendice y alaba a su Dios porque ha hecho maravillas en Ella, al igual que en su Hijo hecho un bebé pobre y necesitado.

¡Descendamos hermanos todos y, abajémonos hasta donde yace la Gloria del Señor:  en un pesebre, pero, habitado por Dios hecho Hombre y por María, su Madre y, con José, un humilde trabajador a quien Dios encomendó sus dos más grandes y amados tesoros: ¡su Hijo y su Madre!

¡Demos gracias al Señor que nos ha introducido en los más grandes Misterios que hay bajo el cielo y la tierra y, en todos los siglos! En la acción de Gracias a Dios, también nosotros entraremos junto con los pastores en esa gran claridad donde sólo se oyen las alabanzas y adoración a Dios de una multitud de ángeles que cantan a una sola voz celestial: “¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor!”, aquellos que tienen una voluntad rendida a su Palabra en sus designios de Salvación sobre los hombres.

¡Qué Dios nos lleve, junto a Jesús a su Gloria! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!

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