18 La generación de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo.
19 Su marido José, como era justo y no quería ponerla en evidencia, resolvió repudiarla en secreto.
20 Así lo tenía planeado, cuando el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo.
21 Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados.»
22 Todo esto sucedió para que se cumpliese el oráculo del Señor por medio del profeta:
23 Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros.»
24 Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer. (Mt. 1, 18-24)
En este Evangelio, los hechos se van sucediendo sin palabras. Más bien todos los acontecimientos se resuelven en un sueño. Dios le habla aquí a José para deshacer sus zozobras y sufrimientos. Se duerme envuelto en angustias por el estado de su querida prometida y, se despierta en la paz que le da la Palabra de Dios. José, era un hombre de una fe sencilla, por esto, acoge sin titubear como un don, el mensaje del ángel. “Cuando José se levantó, hizo lo que le había mandado el ángel del Señor y se llevó a casa a María a su mujer”.
José, no entiende pero cree a la voz del ángel. No cuestiona, no piensa en sí mismo, porque sabe que los pensamientos y las Palabras de Dios, no son para cuestionarlos sino para obedecerlos.
Pensemos en María que, también vivió este tiempo de su embarazo en el más absoluto silencio de Dios y también de José. ¡Cuántas veces pensaría qué tendría que hacer ante su situación! . Porque, no olvidemos que, María a lo largo de su vida creció en la fe y se adhirió a ella porque era el único medio de estar unida también a la voluntad de Dios. Dejó a Dios su defensa. Lo que Dios hizo en una criatura, también lo llevó adelante, según sus designios de salvación y su infinito amor a este plan maravilloso e inédito. Y una mañana María, recibiría de nuevo el amor de José que, por un tiempo había estado ausente y oculto. El encuentro de los dos prometidos ante este don de predilección de Dios sobre ellos,volvería a despertarse a una alabanza y acción de gracias a Dios como no ha habido otra en la historia de los hombres.
¡Realmente, ante el Misterio de Dios que irrumpe en nuestras vidas, es un pozo sin fondo de sabiduría y ciencia de Dios!. “¡Cuán insondable son sus juicios y qué irrastreables sus caminos! ¿Quién conoció la mente del Señor? O, ¿Quién fue su consejero?… ¡Porque de ÉI y, por ÉIy para Él, son todas las cosas! ¡A Él, la gloria por los siglos! ¡Amén!”. Así, escribía san Pablo a sus fieles de Roma, él, que había vislumbrado un poco todo este gran Misterio de Dios.
A su Palabra, también nosotros nos ponemos a la escucha para abrir nuestro corazón a la voz de Dios que, siempre nos habla por medio del Espíritu Santo, manifestado en los Evangelios. Son “hablas de Dios”para consolarnos y fortalecernos en este tiempo de espera de su Segunda Venida a este mundo, en Gloria.
Así mismo, con la fe sencilla, pero profundísima de María y José, nos acogemos a la acción de Dios en nuestras vidas por medio del Misterio de su Encarnación que, una y otra vez, nos lo regala Dios a nuestros corazones para que, lo meditemos, lo oremos, lo gustemos y lo contemplemos como nuestro verdadero alimento de vida eterna. ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!