En la Audiencia General, el Papa concluyó el ciclo de catequesis -diecisiete en total- sobre «El Espíritu y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza» y se detiene precisamente en la virtud teologal, fundada en la fidelidad de Dios a sus promesas e infundida por Él. «Es el don más hermoso que la Iglesia puede hacer a toda la humanidad», afirma el Pontífice «sobre todo en momentos en los que todo parece empujar a bajar las velas».
Tiziana Campisi – Ciudad del Vaticano
«El Espíritu Santo es la fuente siempre borbotante de la esperanza cristiana» y «si la Iglesia es una barca, el Espíritu Santo es la vela que la empuja y la hace avanzar en el mar de la historia». Este es el epílogo del ciclo de catequesis «El Espíritu Santo y la Esposa. El Espíritu Santo guía al Pueblo de Dios hacia Jesús, nuestra esperanza» que Francisco concluyó en la segunda Audiencia General del mes de diciembre, dos semanas antes de la apertura del vigésimo quinto Jubileo Universal Ordinario, el Jubileo de la Esperanza.
La esperanza no es una palabra vacía, ni un vago deseo nuestro de que las cosas vayan mejor: la esperanza es una certeza, porque se funda en la fidelidad de Dios a sus promesas. Y por eso se la llama virtud teologal: porque está infundida por Dios y tiene a Dios como garante.
Irradiar y sembrar esperanza
En la reflexión propuesta hoy, 11 de diciembre, a los fieles reunidos en el Aula Pablo VI, el Papa explicó que la esperanza «es una virtud sumamente activa» que ayuda a hacer que las cosas sucedan. A continuación, citó a José Comblin, sacerdote y teólogo belga, misionero en Brasil fallecido en 2011, «que luchó por la liberación de los pobres», quien escribió que «el Espíritu Santo está en el origen del grito de los pobres. Es la fuerza que se da a los que no tienen fuerza» y «guía la lucha por la emancipación y por la plena realización del pueblo de los oprimidos». Por eso, los creyentes deben cultivar y alimentar la esperanza.
El cristiano no puede contentarse con tener esperanza; debe también irradiar esperanza, ser sembrador de esperanza. Este es el don más hermoso que la Iglesia puede hacer a toda la humanidad, sobre todo en momentos en que todo parece arriar las velas.
El amor, la forma más eficaz de evangelización
Francisco recordó la invitación del apóstol Pedro a los primeros cristianos a estar «siempre dispuestos a responder a todo el que les pregunte por la esperanza que hay en ustedes», «con mansedumbre y respeto». Porque «no es tanto la fuerza de los argumentos lo que convencerá a la gente, sino el amor que sepamos poner en ellos», aclaró el Pontífice, y ésta es «la primera y más eficaz forma de evangelización. Y está abierta a todos».
El Espíritu hace a Cristo operante y presente en la Iglesia
Deteniéndose en el tema de las diecisiete catequesis dedicadas al Espíritu Santo y a la Iglesia, el Papa se refierió a la invocación – «¡Ven!»- dirigida por el Espíritu y la Esposa a Cristo resucitado en uno de los últimos versículos de la Biblia, en el Apocalipsis, y que en los primeros cristianos era el grito «¡Maràna tha!», «¡Ven Señor!». «Este grito y la espera que expresa nunca se han extinguido en la Iglesia», señaló Francisco, precisando que además de la «espera de la venida final de Cristo» existe también «la espera de su venida continua en la situación actual y peregrina de la Iglesia». Pero «Ven» es también la invocación que la Iglesia dirige al Espíritu, por ejemplo en muchos himnos y oraciones. De ahí lo resumido por el Pontífice.
Después de la Resurrección, el Espíritu Santo es el verdadero «alter ego» de Cristo, Aquel que ocupa su lugar, que lo hace presente y operante en la Iglesia. Es Él quien «anuncia las cosas futuras» y las hace desear y esperar. Por eso Cristo y el Espíritu son inseparables, también en la economía de la salvación.