El Santo Padre visitó la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma con motivo del «Dies Academicus» en la fiesta de los santos y beatos de la Compañía de Jesús este martes 5 de noviembre por la mañana. En un largo discurso de casi una hora, el Pontífice expuso su visión del mundo académico jesuita, meditando sobre las trampas de una espiritualidad líquida «cocacolizada» y desencarnada.
Delphine Allaire – Ciudad del Vaticano
Con los tintes programáticos de cualquier discurso de gran contenido, la lección ignaciana del Papa Francisco en la Pontificia Universidad Gregoriana el 5 de noviembre, memoria litúrgica de los santos y beatos jesuitas, comenzó con un neologismo. El peligro de la «cocalización» de la investigación y la enseñanza llevaría a la «cocacolización» espiritual. «Desgraciadamente, hay muchos discípulos de la Coca-Cola espiritual», lamentó Francisco, arrancando una sonrisa del erudito auditorio. Invitado por el Padre General de la Compañía de Jesús y Vicerrector de la Universidad, el Padre Arturo Sosa SJ, el Papa reflexionó sobre la misión contemporánea de la Gregoriana con la ayuda de un prolífico cofundador de la Compañía y apóstol de la misión, San Francisco Javier.
La formación, un precioso y delicado acto de caridad
«A San Francisco Javier le habría gustado ir a todas las universidades de su tiempo y gritar como un loco por todas partes, para sacudir a los que tenían más conocimientos que caridad e instarles a hacerse misioneros por amor a los hermanos, diciéndoles desde el fondo del corazón: ‘Señor, aquí estoy, ¿qué quieres que haga?'».
Dentro de los muros del antiguo «colegio romano», fundado en 1551, el Papa quiso recordar a profesores y alumnos que deben ser misioneros por amor a los hermanos y estar disponibles a la llamada del Señor. «La misión está inspirada y sostenida por el Señor. No se trata de ocupar su lugar con nuestras pretensiones, que hacen que el plan de Dios sea burocrático, autoritario, rígido y tibio, superponiendo a menudo agendas y ambiciones a los planes de la Providencia», señaló, sino de hacer de la universidad un lugar donde la misión debe expresarse sobre todo a través de la acción formativa, con pasión. «Formar significa sobre todo cuidar a las personas, y es por tanto un acto de caridad discreto, precioso y delicado», afirmó el Papa, antes de alertar contra algunas plagas propias de estos ambientes.
Intelectualismo, egoísmo, lujuria espiritual
El Sucesor de Pedro planteó que se debe evitar el «intelectualismo árido», el «narcisismo perverso», «una verdadera lujuria espiritual en la que los demás sólo existen como espectadores que aplauden, cajas que se llenan con el ego de los que enseñan».
Francisco relató una elocuente anécdota que ilustra estas fechorías y la clamorosa falta de corazón: «Me contaron la interesante historia de un profesor que, una mañana, encontró vacía el aula donde impartía sus clases. Siempre estaba tan concentrado que no había nadie hasta que llegaba a su pupitre. El salón era muy grande y tardó varios pasos en llegar a lo que parecía un ‘trono de doctor’. Al ver el vacío, decidió salir y preguntar al conserje qué había pasado. El hombre, que siempre había sido admirativo, parecía diferente, más deshonesto… Cuando señaló el cartel que habían colocado en la puerta después de que él entrara, ponía: «Aula ocupada por Oversized Ego («Ego sobredimensionado»). No hay asientos disponibles».
Humanizar el conocimiento de la fe
Al recordar a los Stavroguine, protagonistas de la novela de Dostoievski «Los demonios», citada en Dilexit Nos, el Papa, autor este verano de una notable carta sobre la literatura, recordó que el corazón es el lugar de partida y de llegada de toda relación. «Cor ad cor loquitur» -el corazón habla al corazón-, que tanto atraía a Benedicto XVI», prosigue Francisco, citando a San John Henry Newman, inspirado a su vez por San Francisco de Sales. El Papa quiso así volver a los orígenes de la misión educativa de la Gregoriana un buen día de 1556, cuando un grupo de quince estudiantes se instaló en una modesta casa no lejos de la actual sede de la universidad.
«En la puerta de la casa estaba la inscripción: ‘Escuela libre de gramática, humanidad y doctrina cristiana’. Parecía inspirada en la invitación del profeta Isaías: ‘Todos los sedientos, venid a las aguas. Los que no tenéis dinero, venid'».
¿Qué significa hoy esta inscripción en la puerta de la modesta casa de la que procede la Gregoriana? Es una invitación a humanizar el conocimiento de la fe, a encender y reavivar la chispa de la gracia en el hombre, garantizando la transdisciplinariedad en la investigación y la enseñanza, argumentó Francisco.
«¿Aplican la Evangelii Gaudium? ¿Consideran el impacto de la inteligencia artificial en la enseñanza, en la investigación?», preguntó el Papa, asegurando que «ningún algoritmo puede sustituir la poesía, la ironía, el amor, y los estudiantes necesitan descubrir el poder de la imaginación, ver germinar la inspiración, entrar en contacto con sus emociones y saber expresarlas».
Una oda a la gratuidad del saber
«Así aprendemos a ser nosotros mismos, midiéndonos con los grandes pensamientos, según nuestras capacidades, sin atajos, que nos quitan la libertad de decidir, apagan la alegría del descubrimiento y nos privan de la posibilidad de equivocarnos. Es del error de donde aprendemos», continuó el Papa.
En su amplia intervención, el Santo Padre pidió que la «gratuidad» inscrita en la puerta de la primera sede del Colegio Romano se actualice en «relaciones, métodos y objetivos». En efecto, es la gratuidad la que nos convierte a todos en «siervos sin señor», declaró el Papa, ampliando su anáfora. «Es la gratuidad la que nos abre a las sorpresas de Dios, que es misericordia, liberándonos de la codicia. Es la gratuidad la que hace sabios y maestros virtuosos. Es gratuidad que educa sin manipular ni atar, que se alegra del crecimiento y alienta la imaginación. Es gratuidad que revela el ser del Misterio de Dios-Amor, ese Dios-Amor que es cercanía, compasión, ternura, que da siempre el primer paso, el primer paso hacia todos, sin excluir a nadie, en un mundo que siempre ha perdido el corazón».
La permanencia y la evanescencia nos recuerdan que sólo el Evangelio prevalece
Para lograrlo, hace falta una universidad que tenga olor a «carne de pueblo», que no pisotee las diferencias en la ilusión de una unidad que sólo es homogeneidad, que no tenga miedo de la contaminación virtuosa y de la imaginación que reaviva lo que agoniza, añadió el Pontífice. Se inspiró esta vez en el poeta español del Siglo de Oro, Francisco de Quevedo, meditando sobre lo evanescente y lo permanente en la Ciudad Eterna. «Sólo queda el Tíber, cuya corriente, si un día la bañó como una ciudad, hoy la llora con un sonido fúnebre».
«En Roma, de lo que creíamos invencible, sólo quedan ruinas, mientras que lo que está destinado a fluir, a pasar por el río, es precisamente lo que ha vencido al tiempo». «Estos versos nos hacen pensar: a veces construimos monumentos con la esperanza de sobrevivir a nosotros mismos, dejando en la tierra huellas que creemos inmortales», aseguró el Papa, recordando que una vez más, como siempre, la lógica del Evangelio muestra su verdad: para ganar, hay que perder. «¿Qué estamos dispuestos a perder ante los desafíos que se nos presentan? El mundo está en llamas, la locura de la guerra cubre toda esperanza con la sombra de la muerte», dijo, instando a todos a desarmar sus palabras.
Una universidad que escucha el grito de la carne de los pobres
«Debemos redescubrir el camino de una teología de la Encarnación que reavive la esperanza de una filosofía que sepa animar el deseo de tocar el borde del manto de Jesús, de llegar hasta la orilla del misterio», pidió Francisco.
En su intervención, abogó por una exégesis que abra los ojos del corazón, que sepa honrar la Palabra que crece en cada época con la vida de quienes la leen con fe.
«Esta universidad debe generar una sabiduría que no puede nacer de ideas abstractas concebidas sólo en un escritorio, sino que mira y siente las dificultades de la historia concreta, que toma su fuente en el contacto con la vida de los pueblos y los símbolos de las culturas, escuchando las preguntas escondidas y el grito que surge de la carne sufriente de los pobres», aseveró el Obispo de Roma. El Papa invitó a la comunidad académica a tocar esta carne, a tener el coraje de caminar en el barro y ensuciarse las manos.
«Durante muchos siglos, las ciencias sagradas miraron a todo el mundo por encima del hombro. Hemos cometido muchos errores. Es hora de que todos seamos humildes, de que reconozcamos que no sabemos, que necesitamos a los demás, especialmente a los que no piensan como yo», subrayó el Papa, pidiendo “menos sillas, más mesas sin jerarquías, codo con codo, todos en busca del conocimiento, tocando las heridas de la historia”. Para lograrlo, es necesario transformar el espacio académico en una casa del corazón. «Este corazón es necesario en la universidad, que es un lugar de investigación para una cultura del encuentro y no del rechazo. Es un lugar de diálogo entre el pasado y el presente, entre la tradición y la vida, entre la historia y los relatos». «¿Consigue todavía esta misión traducir el carisma de la Compañía, consigue expresar y concretar la gracia fundacional llamada Ignacio de Loyola?», los interpeló.
Una llamada al discernimiento
Piedra angular del pensamiento ignaciano, el discernimiento es necesario «para purificar las intenciones». Citando al padre jesuita holandés Peter-Hans Kolvenbach, el Papa nos recuerda claramente cómo «toda creatividad, todo movimiento espiritual, toda iniciativa profética y carismática, se desorienta, se dispersa y se agota si no se integra en el objetivo de un mayor servicio, es decir, en nuestros proyectos mundanos, o en nuestras ambiciones y pretensiones eficientistas. Aunque le pongamos el sello pontificio». Y el Sucesor de Pedro nos invitó a alejarnos de reducciones doctrinales o museificaciones y en su lugar «experimentar el dolor del conflicto», citando al Padre Padre Arrupe.
«Trabajen, integren a estas personas que están fuera del sistema, que huyen tantas veces de sus culturas. Pero, por favor, no abandonen la oración», decía el anterior Superior General de los jesuitas.
La universidad, lugar de diálogo, armonía de voces
Así pues, según Francisco, la Universidad Gregoriana debe asumir la misión de «diaconía de la cultura» al servicio de la continua recomposición de los fragmentos de cada cambio de época. Siempre por medio de la encarnación, de la sintonía con el Espíritu. «Como la Iglesia, la universidad debe ser una armonía de voces, lograda en el Espíritu Santo. Cada uno tiene su particularidad, pero estas particularidades deben incluirse en la sinfonía de la Iglesia y de sus obras, y sólo el Espíritu puede hacer y hace la sinfonía correcta. A nosotros nos corresponde no estropearla y hacerla resonar», concluye Francisco en una nota sinodal cuyo espíritu es inseparable de la universidad, lejos de ideologías. Por ejemplo, el Papa menciona el caso de antiguos alumnos que, después de haber alcanzado altos niveles de gobierno, resultaron ser diferentes de lo que proponía el proyecto formativo. Asimismo, invitó a profesores y alumnos a una «evaluación honesta de la experiencia académica», que evite «los laberintos intelectualistas de los que no se puede salir solo y la acumulación de nociones», y cultive el gusto por la ironía, concluyó, en medio de un largo aplauso.