28 Acercándose uno de los escribas que le había oído y, viendo que les había respondido muy bien, le preguntó: « ¿Cuál  es el primero de todos los mandamientos? » 

29 Jesús le contestó: «El primero es: Escucha, Israel: El Señor, nuestro Dios, es el único Señor, 

30 y amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas. 

31 El segundo es: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No existe otro mandamiento mayor que éstos.» 

32 Le dijo el escriba: «Muy bien, Maestro; tienes razón al decir que Él es único y que no hay otro fuera de Él, 

33 y amarle con todo el corazón, con toda la inteligencia y con todas las fuerzas, y amar al prójimo como a si mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios.» 

34 Y Jesús, viendo que le había contestado con sensatez, le dijo: «No estás lejos del Reino de Dios.» Y nadie más se atrevía ya a hacerle preguntas. (Mc. 12, 28-34)

He aquí el primer mandamiento y el único. ¿Por qué nuestro corazón se complica tanto al acercarnos a Dios y buscar de qué forma lo amaremos mejor? Todo lo que es confuso y carece de claridad, no es de Dios, porque “Dios es Luz sin tiniebla alguna”. Y Jesús, respecto al primer mandamiento, nos habló sin ninguna oscuridad. Nos puso delante a su Padre-Dios. ¡El, qué bien lo conoce, porque es su Hijo Único! Y, nos dijo:“Ámale, porque Él es el Amor y tu Creador y, por un acto de amor has sido creado. Él es el ser Único y todo sale de Él y a Él vuelve, pues el fin de todas las cosas y el del hombre, es dar gloria y alabanza a Dios con todo su ser.

¿Es que puede haber objeciones ante Dios?, ¡no!, lo nuestro es aprender, más y mejor cada día, cómo “amar a Dios con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todo nuestro ser”. Y,para que este amor no se quedara en el aire, nos puso delante al prójimo, un hijo de Dios como yo y, por tanto, mi hermano en la naturaleza y también por la gracia.

Y Jesús nos aseguró que, amando a este hombre, estamos amando a Jesús en él: Yo soy ese herido en el camino de la vida; Yo soy ese hambriento que me pide pan; Yo soy ese sediento de vida y verdad que me reclama la Palabra de Dios y una encarnación de la misma en mi vida: ser otro Cristo misericordioso. Si todo este programa está en nuestro horizonte de la vida, podremos oír de nuestro Padre-Dios: “¡Ven, hijo, siervo bueno y fiel, pasa al banquete de tu Señor!”. Con las armas de su misericordia, podremos presentarnos humildemente ante Él porque, por delante, irá nuestro hermano agradecido. Y oiremos de Jesús: “no estás lejos del Reino de Dios”.

El Señor sabe que proclamar este mandamiento puede estar muy prendido en mi boca, pero el cumplirlo como Jesús ha hecho, esto excede nuestras fuerzas porque el pecado, que siempre nos acompaña, nos pone delante el egoísmo y el olvido de mi hermano y a veces hasta el olvido de Dios por adherirme a otros dioses.¡No es tan difícil que esto nos suceda y, si miramos la historia de Israel, el Pueblo de Dios, ¡lo comprenderemos mejor! Sólo su gracia, que procede de su misericordia, hará posible el ir haciéndonos, poco a poco, fieles al amor de Jesucristo. ¡Él, sí que es el Testigo Fiel! ¡Jesús amó al Padre sobre todas las cosas y por esto hizo en todo su voluntad, aunque a veces le resultará costoso y difícil: “¡Padre, si es posible, quepase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya!”. Y esta voluntad divina, ¡lo llevó a la Cruz,y por ésta todos somos santificados!

Así, pues, ¡Señor Jesús, hazme beber del manantial de tu gracia para cumplir tus mandamientos con gozo y santidad y amarte sobre todo! ¡Amén! ¡Amén!

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