1 Y sucedió que, estando él orando en cierto lugar, cuando terminó, le dijo uno de sus discípulos: «Señor, ensénanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos.» 

2 El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea tu Nombre, venga tu Reino, 

3 danos cada día nuestro pan cotidiano, 

4 y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación.» (Lc. 11, 1-4)

He aquí un dato muy interesante que, si no nos lo cuentan los discípulos, no lo sabríamos: Juan Bautista enseñaba a orar a sus discípulos porque, como dice un refrán, “cada maestrillo, tiene su librillo”. Juan les pondría de frente ante “el Esperado”, ante el Mesías que estaba pronto para llegar. Y, le pedirían a Dios por este momento que Juan tuvo el privilegio y la gracia de anunciar, ya inminente. Les pediría a sus seguidores, una conversión y pureza de vida para poder ser testigos de la visión y la escucha de Ese que ya estaba entre ellos.

Con estos datos que nos narran los Evangelios, apreciamos que, la oración que Jesús les enseña a los suyos, es muy distinta. Ellos han de comenzar a dirigirse a Dios como “Padre”. “Padre nuestro” y “Padre de Jesús”, de una forma diferente y eminente. Nosotros somos hijos del Padre por adopción en Jesús y Él lo es verdaderamente: es el Hijo Único del Padre en quien Él se complace y ama.

Y, llamar a Dios Padre, es acercarse a la ternura de Dios que es mayor que la ternura de una madre: “como un padre tiene amor por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles”. Nuestro Padre es Amor y no puede dejar de amar todo lo que ha creado. Y su Amor nos lo regala dándonos el Cielo que no es un lugar, porque Dios no está sujeto a nuestras coordenadas de tiempo y espacio. El Cielo es un estado de Bienaventuranza, de felicidad y dicha que no podemos imaginar en absoluto. Pero sí que podemos desear, porque es la promesa que nos ha traído el Hijo: “mi Padre, se ha complacido en regalaros el Cielo”. En Él está nuestra esperanza de vida eterna y unión con Cristo en el regazo del Padre.

Dios es Santo, el Único Santo, y quiere que todos seamos santos como Él, porque su Amor se nos entrega en forma de santidad. Meditar en laSantidad es perderse en su inmensidad, es quedar transformado por su presencia viva, es el Cielo Nuevo y la Tierra Nueva que esperamos. Nuestra esperanza colma todos nuestros anhelos, los que sabemos y los que Dios nos regala porque puede hacerlo y lo hace, porque es Dios.Desear su Reino es todo esto.

Y, este influjo de amor se nos transforma en la suavidad y dulzura con que deseamos hacer en nuestro obrar su voluntad, en agradarle en cada cosa que nos trae el vivir: ¡sólo, Señor, lo que tú quieras sobre mi, sólotu beneplácito, en la vida y en la muerte!

Por todo esto y por más, es la oración más sublime que nunca hombre alguno ha pronunciado sobre la tierra. Nos la dictó Jesús, porque sólo Él sabe cómo agradar al Padre y devolverle amor por Amor. Y, no es sólouna oración para los fieles de Dios, sino que también es divina: en ella,Jesús, nos da palabras y acentos que no son de esta tierra, aunque sea para nosotros hombres terrenos y también celestes. Así mismo, en esta plegaria, nos alimenta con un Pan que nos da la vida eterna: “el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día, porque, el que me come, vivirá por mí”

¡Señor, danos siempre de este Pan porque las tentaciones y el Maligno nos acechan, pero Tú vences todo en nosotros, por tu gran misericordia!¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!

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