1 En aquel momento se acercaron a Jesús los discípulos y le dijeron: «¿Quién es, pues, el mayor en el Reino de los Cielos?» 

2 El llamó a un niño, le puso en medio de ellos 

3 y dijo: « Yo os aseguro: si no cambiáis y os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos. 

4 Así pues, quien se haga pequeño como este niño, ése es el mayor en el Reino de los Cielos. 

5 « Y el que reciba a un niño como éste en mi nombre, a mí me recibe.

10 « Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente  el rostro de mi Padre que está en los cielos. (Mt. 18, 1-5.10)

Los ángeles custodios, lo primero son de “los pequeños”, de los que todavía no pueden hacer algo bueno a los ojos de Dios. Por esto, necesitan un ángel que los cuide, los guarde, los conduzca en los pasos de la vida.Ellos son puros y buenos porque “contemplan en el cielo el rostro del Padre-Dios” y esto eternamente. Este privilegio resuena también en la Palabra de Dios cuando se dice en el Apocalipsis: “verán al Señor cara a cara y llevarán su Nombre en la frente. Ya no habrá más noche ni necesitarán luz de lámpara o del sol,porque el Señor-Dios irradiará luz sobre ellos y reinarán por los siglos de los siglos”. Esto es lo que tendrán los siervos fieles de Dios, lo mismo que los ángeles.

Un niño, en este mundo, es como el preanuncio de la llegada del Reino de Dios. Ellos, sin merecerlo y ni siquiera saberlo, están rodeados de seres celestes y estos les hace puros, santos, como Dios es Santo. Habría que ser un bruto o un ser insensible, si al contemplar a uno de estos pequeños no viéramos casi el Rostro de Dios. Su mirada tan limpia y siempre sostenida, porque nada malo ocultan en su menudo ser y su rostro bello…

El niño, por ser niño, ya nos está hablando de la Santidad de Dios. No nos maravilla que Dios haya querido ser como uno de ellos: “el Niño-Jesús” que, ¡Éste sí que es la presencia de Dios al vivo y ya sin velos!Tengo una envidia santa de tantos santos que tuvieron la dicha de tener en sus brazos al Niño-Jesús: San Antonio de Padua, Santa Teresa, San Cayetano y… ¡por supuesto, San José, ¡su padre en la tierra! Ellos alcanzaron una visión, casi real, de la santidad de Dios, cuya luz irradiada sobre ellos les hizo santos.

Rechazar a un niño, es vivir fuera de la presencia de Dios. Y, hoy hasta se ha promulgado como Ley, el menospreciarlos y hasta cortarles el hilo de la vida. Con el salmista cantaremos y oraremos a Dios: “que se acaben los pecadores; que los malvados no existan más”. ¡Bendice alma mía al Señor! Dios nos de comprender estos misterios, porque al tener impresa la imagen de Dios en nuestras almas, tendrían que sernos claros y transparentes, pero, ¡ah, a veces no es así por el pecado que también cohabita con esta imagen en nuestro corazón, así como la cizaña se enrosca en el trigo y no es que pueda matarlo, pero sipuede, quisiera ahogarlo! ¡Dios no permita que mi corazón se pervierta por el pecado!

¡Suplicamos al Señor, con una oración sincera y fervorosa, para que también nuestro ángel custodio vele por la pureza de nuestro corazón hasta hacernos como uno de estos niños, ingenuos y sencillos! ¡La Niña-María y después la Madre de Jesús, el Hijo de Dios, restaure con su intercesión la pureza perdida y así nos haga gratos a Jesús y pueda, con su gracia, presentarnos al Padre para que ¡nos bendiga y abrace como hijos que somos en verdad! ¡Que así sea, Jesús-Niño! ¡Amén! ¡Amén!

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