51 Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo.»
52 Discutían entre sí los judíos y decían: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»
53 Jesús les dijo: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros.
54 El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día.
55 Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida.
56 El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él.
57 Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí.
58 Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre.» (Jn. 6, 51-58)
El Padre, vive por sí mismo; El Hijo, vive por el Padre y nosotros, vivimos por Cristo. El hacer del Padre y del Hijo son perfectos; pero, la última parte de esta riada de Vida eterna nos corresponde a nosotros realizarla. Pero, ¡ay, muchas veces el hombre corta este río de Agua Viva por su pecado o simplemente por desamor o pereza! ¿O, es que todos los que asisten al banquete de la Eucaristía se acercan con ansia a comer la Carne del Hijo del Hombre, de Jesús, y, a beber su Sangre? ¡No, no son todos los que entienden quecomiendo el Pan de Vida, van haciéndose como Dios, Carne de Dios!
Muchas veces oímos: “esto viene bien para el colesterol”. O, “los arándanos tienen muchas propiedades para la salud”, etc. Y, vamos enseguida a hacernos con esos alimentos. ¿Cómo es que no obramos así, en el orden espiritual, al oír del mismo Dios: “mi Carne es verdadera comida y mi Sangre es verdadera bebida”? O, “el que come mi Carne tiene Vida eterna y Yo lo resucitaré en el último día”. O, “Yo soy el Pan bajado del cielo y el que me come vivirá por mí”.
Todo esto es real en nosotros, porque primero lo es en Jesús. Pienso que, no nos zambullimos con gran deseo en estos Misterios porque tenemos, ante los ojos de nuestra fe, como un velo que oculta la Verdad de Dios. Y, esta Verdad, lo es, porque en ello le fue la vida a Jesús en su Encarnación, Muerte y Resurrección. ¿Qué más podía habernos dado que no hiciera con tanto amor por nosotros? Con su Hijo, Dios nos lo dio todo…
¡Seamos muy agradecidos y delicados en la respuesta, que lo único que quiere Dios de nosotros, es que le devolvamos amor por Amor, y, éste, aunque sea muy pequeño e imperfecto! A Dios no le falta de nada y menos requiere nuestra entrega para ser perfecto. Esto lo hace para nosotros no para Él: quiere que participemos de su Gloria al final de nuestra vida y, ¡esto sí que le da gloria y nos ama más en ello! Y, es que, “la gloria de Dios es que el hombre viva y la vida del hombre es la gloria de Dios”.
¡Señor mío, tú puedes escuchar nuestra oración por tantos hombres y mujeres que pasan de largo ante el Don de tu Eucaristía! ¡El mundo muere de frío por la indiferencia de tantas vidas que, les falta el calor del Amor,el calor y el fuego de tu Espíritu Santo que, con su antorcha, siempre está dispuesto a hacer arder los corazones en amor divino! ¡Jesús, ten piedad de nosotros, pues somos unos menesterosos que siempre andamos con las manos extendidas, aunque lo ignoremos, y, muchas veces, no queremos caminar en esta verdad!
Pero, aún cuando el mundo no nos escuche estas maravillas de Dios, sigamos ofreciéndoselas pues, nuestra palabra, es en sí palabra humana; pero, cuando hablamos de Jesús y de su amor en la Eucaristía, el Espíritu Santo infunde su gracia en nuestros acentos y los llena de celo para convertir los corazones a Él.
¡Esto, es en verdad un milagro! ¡No seamos remisos pues, en ofrecer la Palabra de Dios a todos los que nos rodeen! ¡Dame Señor Tu Espíritu Santo, que arda en mí entrega de tu Palabra! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!
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