15 « Si tu hermano llega a pecar, vete y repréndele, a solas tú con él. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano. 

16 Si no te escucha, toma todavía contigo uno o dos, para que todo asunto quede zanjado por la palabra de dos o tres testigos. 

17 Si les desoye a ellos, díselo a la comunidad. Y si hasta a la comunidad desoye, sea para ti como el gentil y el publicano. 

18 « Yo os aseguro: todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo. 

19 « Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos. 

20 Porque donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.» (Mt. 18, 15-20)

¡Qué poderosa es la oración a Dios! Porque, no pedimos a un monarca de la tierra, ni siquiera a un amigo. Pedimos, nada menos que, al que se quiere hacer llamar Padre por nosotros. ¡Pues, en verdad, lo es! Nos ve Dios como sus hijos pequeños que, siempre les estamos suplicando con amor tantas cosas que, nos faltan.En el orden natural, pero, sobre todo, sobrenatural. “El pan nuestro”, es una continua súplica que abarca todo lo que compone nuestra vida.

La oración que nos dictó Jesús, es la mejor y no hay nada en esta oración que falte, hasta para llegar al “ser santos como Dios es Santo”. Él lo quiere y, nosotros también. Y, estas palabras, son infalibles ante el Padre porque la hacemos en el Nombre de Jesús, su Hijo. “Si nosotros que, somos malos, sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos, ¿cuánto más, Nuestro Padre del cielo, dará cosas buenas a los que le piden”.

Si la concordia en la convivencia, es querida por Dios, ¡cuánto más es ponerse de acuerdo a la hora de rezar!Y, nos trae el Evangelio, el ejemplo de “un hermano que me ofende”. Yo, lo puedo corregir a solas, pero muchas veces, esto, no es acogido por el ofensor. Y, es aquí, cuando pido la ayuda de los hermanos, para realizar esta obra de misericordia. Mas, primero oraremos unánimes por la conversión de este hermano y esto, hecho en Nombre de Jesús y por dos o tres. 

Entonces, Dios nos escucha y, es seguro que, obrará el cambio de corazón del que ha pecado contra nosotros. Pero, esta oración, ha de ser perseverante y muy confiada, sin tiempo, para que Dios haga cuando quiere y como Él desee llevarlo a cabo. Y, sabemos que, no es “un expediente” que, se guarde en un cajón y quizás se echa en el olvido. ¡No, nuestra oración, en esto, le importa más a Dios que a mí porque, Él, como Dios que es, no sabe dar largas, ¡ni minimizar nuestras súplicas! Ellas, llevan por delante el Nombre de su Hijo y, esto, le conmueve sus entrañas amorosas de Padre.

Entonces, ¿qué nos falta? Pues, ponernos con ahínco a la tarea de “orar sin interrupción”, en el deseo y en el corazón, con el amor con que lo haría un hijo a su padre que, todo lo puede y todo lo sabe y nos ama con locura….

¡Señor Dios, atiéndenos por Jesucristo tu Hijo! ¡Queremos parecernos a Él, sobre todo en ese abandono infinito en tus brazos que, sabe, siempre le está sosteniendo y mirando con amor! El secreto de su gran confianza es que, en toda su vida, hizo siempre tu voluntad y, mirando en todo el agradarte. Un hijo así, es feliz y sabe que, Él siempre es escuchado y acariciado por su Padre -Dios. Y, ¿qué más nos falta a nosotros para actuar así y ser la complacencia del Padre?… ¡Pues sí, algo que hizo también Jesús sin resistirse: cuando el Amor del Padre, le pide al Hijo que cargue con la cruz, hasta el final, desde el rechazo y las humillaciones; desde toda la Pasión Redentora, ¡hasta dejarse crucificar y dar muerte por hombres malvados! ¡Todo, todo, lo aceptó porque amaba más al Padre que a Sí mismo! ¡No podemos huir de nuestra oración cuando el Padre, tiene a bien ponernos junto a su Hijo, para que sigamos sus huellas! ¡Dios que, lo pide, Él, lo puede hacer en nuestros espíritus cobardes, porque lo puede todo, ¡hasta “hacernos santos, como Él es Santo”! ¡Qué así se haga! ¡Amén!

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