P.J.Ginés
El Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos presentó en rueda de prensa un documento de 140 páginas sobre la primacía del Papa y el oficio del sucesor de San Pedro, con el título «El obispo de Roma», fruto de 3 años de trabajo de expertos, y con aprobación que el Papa Francisco concedió en marzo.
El documento parte del anhelo de unidad del Concilio Vaticano II, repetido por Juan Pablo II en 1995 en su documento Ut Unum Sint, sobre la unidad de los cristianos, y explora temas como el primado papal, la jurisdicción universal de la sede romana, la infalibilidad papal, y las posibilidades de ejercer un «ministerio de unidad del Obispo de Roma reconocido por unos y otros».
Según el documento, es parte de la tradición apostólica común, y muchos ortodoxos lo admitirán, que tiene que haber un primado para todo el mundo. Otra cosa es definir cuáles serían sus atribuciones y límites y quien y cómo lo ostentaría.
El documento busca relacionar el primado y la sinodalidad, estudiar la relación entre lo local y lo regional (por ejemplo, con los patriarcados), la función jurídica de la sede de Roma, la aplicación del principio de subsidiariedad…
El documento menciona incluso la posibilidad de «una reformulación» del dogma de la infalibilidad del Papa, que use palabras distintas a las que usó el Concilio Vaticano I. Y plantea como encajarlo con una «sinodalidad» real o con mayor «comunión conciliar».
En una entrevista en Vatican.va, el cardenal Koch, responsable de ecumenismo en la Santa Sede, valoró «las buenas relaciones establecidas entre las comuniones cristianas» una «fraternidad redescubierta» (frase de Juan Pablo II en Ut unum sint) y consideró que «los diálogos ecuménicos han demostrado ser el contexto apropiado para debatir este tema sensible».
El cardenal habla también del equilibrio entre aprender del pasado y construir para el futuro. «El modo de ejercer el ministerio petrino ha evolucionado a lo largo del tiempo, en función de las circunstancias históricas y de los nuevos desafíos. Sin embargo, para muchos diálogos teológicos, los principios y modelos de comunión honrados en el primer milenio siguen siendo paradigmáticos para una futura restauración de la plena comunión. Algunos criterios del primer milenio han sido identificados como puntos de referencia y fuentes de inspiración para el ejercicio de un ministerio de unidad universalmente reconocido», afirma.
Y luego matiza: «Aunque el primer milenio es decisivo, muchos diálogos reconocen que no debe ser idealizado ni simplemente recreado, porque los desarrollos del segundo milenio no pueden ser ignorados y también porque un primado a nivel universal debe responder a los desafíos contemporáneos».
El documento ofrece, sobre todo, un «resumen» de lo ya hecho: en la encíclica Ut unum sint y de los diálogos ecuménicos posteriores sobre el primado. En este documento se consultó a expertos católicos, ortodoxos y protestantes.
El cardenal Koch detalló que el texto es un «documento de estudio». Muestra «las ideas, pero también los límites» de los documentos de diálogo. Pero el documento ofrece también propuestas, con el título «Hacia un ejercicio del primado en el siglo XXI».
Durante el debate de estos años, dice Koch, «todos los documentos coinciden en la necesidad de un servicio de unidad a nivel universal». Una idea que Koch remarca: «el ministerio petrino del obispo de Roma es intrínseco a la dinámica sinodal, como lo es el aspecto comunitario que incluye a todo el Pueblo de Dios y la dimensión colegiada del ministerio episcopal». Koch y el texto proponen «estudiar conjuntamente el primado y la sinodalidad, que no son dos dimensiones eclesiales contrapuestas, sino dos realidades mutuamente constitutivas. Enfatiza la necesidad de aclarar el vocabulario sobre el tema, tanto para los teólogos como para el Pueblo de Dios».
El cardenal Grech citó palabras de 2015 del Papa Francisco, cuando dijo: «el Papa no está, solo, por encima de la Iglesia; sino dentro de ella, como bautizado entre los bautizados y dentro del Colegio Episcopal como obispo entre obispos, llamado al mismo tiempo – como Sucesor del Apóstol Pedro – a dirigir la Iglesia de Roma que preside en amor a todas las Iglesias».
Desde ahí, Grech apuntó que «en una Iglesia sinodal, incluso el ejercicio del primado petrino puede recibir mayor luz».
Grech admitió que lo sinodal es algo novedoso, «comparándolo con la doctrina del primado propuesta por el Concilio Vaticano I y que el Concilio Vaticano II reafirmó».
Recordó el contexto del Vaticano I: en aquel contexto, la Iglesia asignaba al primado la función de «ser el baluarte contra las pretensiones de los Estados Modernos de subordinar a la Iglesia a las leyes constitucionales, según los principios del galicanismo, aplicados por las monarquías constitucionales en materia religiosa moderna. Para garantizar la libertad de la Iglesia – para que estuviera por encima de todos, incluidos los reyes – era necesario que el Vaticano I afirmara: «Para que el Episcopado mismo sea uno e indiviso, y para que toda la multitud de creyentes, a través de sacerdotes estrechamente unidos entre sí, se conserve en la unidad de la fe y la comunión, anteponiendo al Beato Pedro a los demás Apóstoles, quiso establecer en él el principio intemporal y el fundamento visible de la doble unidad» (Concilio Vaticano I, Pastores Aeternus, 18 de julio de 1870).
Pero el Concilio Vaticano I fue interrumpido (por la fuerza de las armas) sin haber llegado a desarrollar su doctrina sobre la Iglesia y el episcopado, que retomó el Vaticano II un siglo después. «La relación entre primado y episcopado se ha enmarcado en la doctrina de la colegialidad», añade Grech.
Así, en Lumen Gentium 22 (en el Concilio Vaticano II) se dan dos afirmaciones, buscando unir colegialidad y primado:
- «el colegio o cuerpo episcopal no tiene [ … ] autoridad, a menos que se conciba unida al Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como su cabeza, y sin perjuicio de su poder de primacía»;
- que «el orden de los obispos, […] es también junto con su cabeza el Romano Pontífice, y nunca sin esta cabeza, sujeto de un poder supremo y pleno sobre toda la Iglesia, aunque tal poder no puede ejercerse excepto con el consentimiento del Romano Pontífice».
Grech considera que «no podemos hablar de primacía y colegialidad sin vincularlas a la sinodalidad: el vínculo lo impone la «revolución copernicana» determinada por el Concilio con la inclusión del capítulo sobre el Pueblo de Dios en la Constitución sobre la Iglesia, que ha deconstruido la societas inaequalium, fundada en la dicotomía entre Ecclesia docens y descens, entre quienes concentran en sus manos toda capacidad activa y quienes son solo receptores pasivos de la acción de los demás».
Khajag Barsamian, hablando como «embajador» de la Iglesia Armenia ante la Santa Sede (acude también al Sínodo de la Sinodalidad), aprecia que el documento investigara en la vida de la Iglesia de los primeros siglos (la ruptura de Roma con Armenia es del s.V, en buena parte por razones de confusión lingüística y terminológica). En la antigüedad, dice Barsamian, «las expresiones de comunión no eran primordialmente jurídicas y había una gran diversidad de modelos eclesiales».
Y añade, como apoyando a Grech y su insistencia en lo sinodal: «la sinodalidad de la Iglesia Católica es un criterio importante para las Iglesias Ortodoxas Orientales en nuestro camino hacia la plena comunión. Las Iglesias ortodoxas orientales también pueden contribuir a esta reflexión a través de su experiencia centenaria de sinodalidad». Y apunta que «se puede practicar una cierta sinodalidad entre nuestras Iglesias, incluso si aún no estamos en plena comunión».
Barsamian aprecia el «distinguir más claramente entre las diferentes funciones del Papa, por un lado, como Patriarca de la Iglesia Latina, por otro, como ministro de la unidad entre las diferentes Iglesias y, finalmente, como Jefe de Estado. A este respecto, es importante la reciente reinstalación del título de «Patriarca de Occidente» entre los títulos históricos del Papa, ya que este título, heredado del primer milenio, evidencia su hermandad con los demás patriarcas».
Desde la visión anglicana: reformular el lenguaje del Vaticano I. Ian Ernest, como representante de la Comunión Anglicana, señaló que los obispos anglicanos en su momento leyeron y respondieron con detalle la Ut Unum Sint de 1997 de Juan Pablo II y que antes, en 1981, la comisión ARCIC de diálogo católico-anglicano estableció: «Según la doctrina cristiana, la unidad en la verdad de la comunidad cristiana exige una expresión visible. Estamos de acuerdo en que tal expresión visible es la voluntad de Dios y que el mantenimiento de la unidad visible a nivel universal incluye el episcopado de un primado universal» (ARCIC 1981 Eluc., 8). ARCIC empezó esa idea, y luego grupos de las Iglesias Ortodoxas empezaron a asumirla también.
Ernest admite que «la enseñanza del Vaticano I sigue siendo un obstáculo importante entre nuestras Iglesias, especialmente porque es difícil de entender hoy en día y está abierto a interpretaciones erróneas» y pide «aclarar la terminología utilizada». Y anima a seguir trabajando juntos, con una «sinodalidad ad extra», hacia los cristianos no católicos.
Presentación del documento en rueda de prensa en el Vaticano.