Los tiempos que siguieron a la caída del imperio romano fueron duros y teñidos de sangre, plagados estuvieron de tragedias fruto de traiciones y venganzas. Eran los tiempos en que la hija de los reyes Chilperico II y Burgundia, asesinados por un familiar próximo, lloraba también por la muerte de dos hermanos en circunstancias trágicas. Se llamaba Clotilde, había nacido en Lyon en el año 475 y vivía encerrada en un Castillo, devorada por el dolor y unas ansias naturales de venganza, que solo había podido vencer con la fuerza de la caridad cristiana.

La historia de Clotilde es una de esas historias apasionantes. Su ingenio, amabilidad, prudencia, modestia, belleza, tenían cautivado el corazón del victorioso rey de los francos Clodoveo, por eso cuando éste se enteró de que estaba prisionera, envío un emisario disfrazado de mendigo para así poder acceder a ella, simulando que iba a pedir limosna, cuando lo que buscaba era otra cosa. Estando en su presencia le entregó la propuesta de matrimonio en forma de anillo, que el rey victorioso de los francos le enviaba, ella lo aceptó complacida y respondió con la misma moneda. Cuando Clodoveo conoció las intenciones de su amada, puso en marcha las diligencias pertinentes para sacar a Clotilde del Castillo y reunirse con ella para siempre, poco después en el año 492 se celebraba la boda con gran solemnidad en Soissons.

La reina Clotilde sabiéndose dueña del corazón de su marido oraba para que Dios le concediera el don de la fe y no cejaba en su intento de que abandonara la religión pagana y se pasara al cristianismo. Su marido la escuchaba con atención, pero no se atrevía a dar el paso definitivo porque temía la reacción de sus súbditos, mientras tanto ella gozaba de entera libertad para entregarse a su vida de piedad; dentro de palacio había un oratorio donde la piadosa esposa pasaba largas horas de oración, pidiendo la conversión de su marido y cuando da a luz a su primer hijo, lo primero que hizo fue bautizarle.

Los días van pasando y el valeroso guerrero se ve envuelto en una complicada situación. Tiene que enfrentarse con los germanos en el lugar conocido con el nombre de Tolviac. La cosa no comenzaba bien para los francos y cuando más negro lo tenía Clodoveo se acordó del Dios de su esposa y de las maravillas que podía hacer por lo que, ante la urgencia del caso, se encomendó a Él y la cosa cambió. Era el empujón que estaba necesitando el rey de los francos. No se lo pensó más, tomando la decisión de recibir el bautismo en Reims, en la Navidades del año 496, de manos del obispo Remigio. Ello hacía suponer que los súbditos vendrían detrás, como así fue, porque en aquellos tiempos y para aquellas gentes lo habitual era “Cuiusregio, eius religió” (Tal es la religión del rey, así es la religión del pueblo). Clotilde al fin podía sentirse satisfecha, había ganado para la causa de Cristo al rey y con él a todo su pueblo. Lo que vendría a partir de ahora iba a ser consecuencia de lo anterior. Ambos trabajarán conjuntamente por el Reino de Dios, llenarán las ciudades de construcciones religiosas y expandirán por todo el imperio la doctrina de Cristo.

Cuando por la muerte de su esposo, acaecida en el 511, la reina Clotilde enviudó, su corazón quedó desolado, retirándose a Tours para dedicarse a la oración, al ayuno y penitencia, sin olvidarse de su labor de construir monasterios e iglesias, como nos dice su biógrafo Gregorio de Tours: “Asidua en las limosnas, en las vigilias infatigable, perfecta en la castidad, era honrada por todos a causa de la grandeza de su vida. No parecía una reina sino una monja”.

Durante 36 años vivió su viudez con regia dignidad, soportando con entereza y resignación cristiana las tragedias familiares, que nunca faltaron. Cuando se vio enferma distribuyó sus bienes entre los pobres y se dispuso a bien morir. Duró poco la enfermedad, ya que el 3 de junio del año 545, dejaba este mundo en paz viendo a sus hijos reconciliados.

Reflexión desde el contexto actual: No hay duda alguna de que la historia de la humanidad que nos ha llegado, ha sido escrita por hombres, los cuales narran las gestas, los hechos gloriosos, las hazañas inmortales realizadas en su mayor parte por varones preclaros, sin reparar en que muchos de estos varones ilustres seguramente no hubieran pasado de ser unos bocachanclas de no haber tenido detrás una madre o una esposa que les encumbraron. En el caso que nos ocupa está claro que el gol de la conversión del pueblo franco lo mete Clodoveo, pero el pase magistral procede de Clotilde, pero de esto pocos se acuerdan.

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