Cada 24 de mayo la Iglesia celebra a la Madre de Dios bajo la advocación de ‘Santa María, Auxilio de los cristianos’ [Maria Auxilium Christianorum], conocida popularmente como Santa María Auxiliadora, o, simplemente, María Auxiliadora.
“En el cielo nos quedaremos gratamente sorprendidos al conocer todo lo que María Auxiliadora ha hecho por nosotros en la tierra”, solía decir San Juan Bosco, fundador de la familia salesiana, y el más grande difusor del amor a la Madre de Dios bajo esta advocación.
Ciertamente, esta hermosa expresión de piedad filial ha estado presente en la vida de la Iglesia desde antiguo, cada vez que un cristiano, sabiéndose hijo de la Virgen María, invoca a su Madre del Cielo en medio de alguna dificultad.
Devoción de raíces profundas
Los cristianos de los primeros siglos invocaban a la Virgen con el nombre de “auxiliadora”.
Los dos títulos más frecuentes que podían leerse en las inscripciones de antiguas iglesias o monumentos de Oriente eran: “Madre de Dios” (Theotokos) y “Auxiliadora” (Boeteia). Grandes santos como San Juan Crisóstomo, San Sabas y San Sofronio hicieron uso con frecuencia de ambos títulos a la hora de referirse a la Madre de Dios.
San Juan Crisóstomo, Patriarca de Constantinopla y Padre de la Iglesia de Oriente, definía así a la Virgen María en el siglo IV: “Auxilio potentísimo, fuerte y eficaz de los que siguen a Cristo”; por su parte, San Juan Damasceno, en el siglo VIII, fue el primero en difundir una jaculatoria dedicada a Ella: “María Auxiliadora, ruega por nosotros”.
En el mismo siglo, hacía el año 733, San Germán de Constantinopla escribió este bello texto, en plena coincidencia con el Damasceno: «Oh María, tú eres poderosa Auxiliadora de los pobres, valiente Auxiliadora contra los enemigos de la fe. Auxiliadora de los ejércitos para que defiendan la patria. Auxiliadora de los gobernantes para que nos consigan el bienestar, Auxiliadora del pueblo humilde que necesita de tu ayuda». Estas bellas líneas constituyen en sí mismas una oración filial.
María, Auxilio de los cristianos
En el siglo XVI, el Papa San Pío V (1504-1572), gran devoto de la Virgen, después de la victoria cristiana sobre los ejércitos musulmanes en la batalla de Lepanto, ordenó que se incluya en el corpus de las letanías marianas la invocación a “María, Auxilio de los cristianos”.
Más de dos siglos después, en tiempos de Napoleón, el Papa Pío VII (1742-1823) fue apresado por órdenes del “emperador” francés. El Pontífice pidió el auxilio de María para superar la terrible situación que se había suscitado -una Iglesia secuestrada por el poder imperial-, prometiéndose que, una vez recuperada su libertad, decretaría una nueva fiesta mariana para la Iglesia Católica.
Una vez producida la caída de Napoleón, el Santo Padre retorna triunfante a la sede pontificia el 24 de mayo de 1814 y decreta que, a partir de entonces, esa fecha sea destinada para celebrar la fiesta de María Auxiliadora.
Don Bosco
Un año después de aquellos turbulentos acontecimientos, nacía Juan Bosco (1815-1888), a quien la Virgen se le aparecería en sueños años más tarde, para pedirle que construyera un templo en su honor, usando el título de “Auxiliadora”.
Por esta razón el santo italiano iniciaría la construcción de dos “monumentos”: uno físico, que es la Basílica de María Auxiliadora en Turín; y uno “vivo”, conformado por las religiosas que integran el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora.
¡Acógete a la Madre que siempre nos auxilia!
San Juan Bosco solía educar a los jóvenes contándoles historias en las que él y muchos otros fieles devotos de la Auxiliadora habían obtenido grandes favores del Cielo. Los medios por excelencia para obtener esas gracias -decía el santo- son el rezo de la novena a María Auxiliadora y la repetición constante de la jaculatoria de San Juan Damasceno.
“Confiad siempre en Jesús Sacramentado y María Auxiliadora y veréis lo que son milagros”, afirmaba, sin reparos, el padre fundador de los salesianos.