19 Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros.»
20 Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor.
21 Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.»
22 Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo.
23 A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Jn. 20, 19-23)
¡Oh, el Soplo de Dios! ¡Este se dio y “de Él fueron creadas todas las cosas, las visibles y las invisibles, Tronos, Dominaciones, Potestades! Todo fue creado por Él y para Él”. La creación entera alaba y glorifica este Soplo de Dios que transmitió la vida a lo que no era, para que fuera y existiera. ¡Todo es deudor de Dios que quiso crear, con su Espíritu Santo, tantos seres y criaturas innumerables! Pero, el culmen de esta acción de Dios se produjo cuando Dios hecho Hombre, Jesús, fue glorificado en su Resurrección y envió su Espíritu sobre sus seguidores, dando comienzo a la Iglesia con este Soplo.
Y sucedió “el primer día de la semana, al anochecer y estando las puertas cerradas, atrancadas por el miedo”de un puñado de hombres que se sentían sin Jesús, desamparados, turbados y tristes… ¡¡Y, de repente, Jesús Resucitado, se puso en medio de ellos y les dijo por dos veces: ¡Paz a vosotros!! ¡Era el momento de asegurarles que era Él, por esto les mostró las manos y el costado, agujereados en la crucifixión! ¡Sus “marcas” no podían dejar lugar a dudas! Así, pasaron los discípulos de la tristeza a un gozo incontenible.¡Era verdad que, su Señor, ¡había resucitado!
En este júbilo, les explicó que el Padre lo había enviado al mundo para salvarlo del pecado y de la muerte. Y,ahora, era llegada la hora en que ellos iban a ser también enviados al mundo, por Jesús, perpetuando la obra comenzada por Él y depositada en su Iglesia. En su comienzo, este pequeño grupo de hombres insignificantes, eran grandes porque la gracia de Dios había envuelto su pobreza con el Brazo poderoso de Dios: Su Espíritu Santo. Éste era la Fuerza de Dios, la Luz de Dios, el Amor de Dios en todo y por todo.
Pero lo sorprendente es la razón divina por la que son enviados: han de llevar lo primero, el poder y la gracia de Dios para perdonar los pecados de los hombres: “todos pecaron y todos están privados de la gloria de Dios. Y, son justificados, gratuitamente, por su gracia, mediante la Redención de Cristo Jesús, por su Sangre”. Perdonar y ofrecer la misericordia de Dios a los que están dolidos de sus pecados; a los que buscan un refugio seguro para sus males; a los que añoran, con ansia, el Bien, la Verdad, el Amor… En definitiva,tienen sed de Dios, aunque a veces ni ellos mismos puedan formularlo tan claramente.
¡Jesús, nosotros somos esos hombres apocados que, por tu Soplo, pasamos de las penas al jubilo desbordante! ¡Sabemos que, previamente, tenemos que experimentar “escozor” en el alma por haber sido infieles a la Alianza de amor! ¡Nada hemos hecho, ni para sentir dolor de nuestros pecados, ni para pasar de la congoja a la alegría de tenerte en nuestro corazón! ¡Nosotros, siempre seremos pobres, es nuestra realidad, pero Tú eres rico en misericordia!: “Él hace proezas con su brazo, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. ¡Qué bien lo dijo María, la Madre de Jesús, Ella, la Purísima, ¡la pobre, la Esclava del Señor! Sabía por experiencia de estos dos estados del hombre: los santos y los pobres pecadores
¡Oh, si Ella nos diera a experimentar el cambio tan fuerte que sintió cuando le llegó el Espíritu Santo!¡María ya era santa, en previsión de la Redención de su Hijo Jesús, pero, cuando el Espíritu engendró en Ella al Hijo de Dios y suyo, supo lo que era llegar a ser “santísima”, ¡no el “Santo de Dios”, sino una santidad y unión con Dios, eminente!
¡Escúchanos, oh María, te lo pedimos con fe! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!