15 Y les dijo: «Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación.
16 El que crea y sea bautizado, se salvará; el que no crea, se condenará.
17 Estas son las señales que acompañarán a los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas,
18 agarrarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien.»
19 Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al cielo y se sentó a la diestra de Dios.
20 Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban. (Mc. 16, 15-20)
La fiesta de hoy llena de alegría y esperanza nuestros corazones. ¡No puede haber pena ante esta festividad de Jesús, porque su Ascensión nos asegura muchas cosas, para los que creemos en Cristo! Nuestra vida, en sufrimiento o en gozo, está ya predestinada por Dios para sentarnos, también nosotros, con nuestro cuerpo yalma, a la derecha de la humanidad y la divinidad de Jesús. Esta es la promesa que nos hizo mientras todavía pisaba nuestra tierra: “Me voy a prepararos sitio y, cuando os lo prepare, volveré a vosotros y os llevaré conmigo”. Porque es de fe y está escrito en nuestro Credo que, Dios tiene predestinado “un Día”, en el que vendrá desde el cielo y tomará para Sí y para que participemos de su Gloria, a aquellos que creyendo en Él, “lo hemos amado con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todo nuestro ser”. ¡Porque, las promesas que Jesús nos ha hecho, son las únicas que se van a cumplir irreversiblemente! ¡Y, es que su Palabra es eterna y, además, ¡es “la Verdad”!
Este tiempo nuestro de vida sobre la tierra, es una preparación para ir conociendo la Gloria a la que nos llama Dios y “la riqueza insondable que es Cristo”. En Él se contienen todos los tesoros de Sabiduría y Gracia que tiene preparadas para los que lo aman y le han preferido, en todas las opciones de su vida, a sí mismos. ¡Él es el primero en todo y yo detrás de Él, a años luz! Porque, Jesús, no puede glorificar a nadie, si no es en Sí mismo, como Jesús, que, antepone la Gloria del Padre sobre todo sobre su voluntad y a Sí mismo. Porque, el deseo eterno del Padre es salvar al hombre; sentar al Hijo a su derecha, en su Gloria, y recapitular todas las cosas en Cristo, el Amado.
Todos estos son Misterios tan adorables, que, si Jesús no nos los hubiera revelado, no podríamos creerlos.Pero nos hizo ver, con nuestros ojos, que después de enviarnos a predicar al mundo entero, Ascendió a los cielos y ya no lo volvieron a ver en carne humana. ¡Pero no se fue! ¡Está entre nosotros en el Misterio de la Eucaristía, real y verdaderamente y, es verdad, mas con su Cuerpo resucitado! ¡Pero es Él, así como lo vieron los discípulos después de su Resurrección, en sus muchas apariciones!
Ahora, nuestro camino es el de la fe y la esperanza que no defrauda de todos estos bienes definitivos y que no tendrán cumplimiento hasta que Jesús nos lleve para Sí al Cielo. ¿Qué el camino hasta esa meta es difícil?: ¡Claro, también lo fue para Jesús, el Hijo de Dios, que no renunció a las dificultades y al sufrimiento, ¡porque su amor cubría la multitud de todo lo que supone el vivir y asumir nuestra condición humana! Y, fue nuestra condición carnal, no la suya, la que, con excesivo amor, ¡asumió! Nosotros no éramos del Cielo sino de la tierra y Jesús se abajó hasta nosotros…
¡Y, no nos cansaremos de repetir: para llevarnos a Él y entrar en su Reino! Pero Él nos ha dejado una tarea que nunca podemos soslayar: “llevar todos estos Misterios y su Palabra al mundo entero”. El hambre que tiene el hombre de Dios, lo provoca Él mismo en cada corazón, en espera de nuestro mensaje de amor de Jesús. El resto lo hace Él, con su Espíritu Santo.
¡Seamos fieles, pobres servidores de la Casa de Dios, su Iglesia, porque Él se lo merece todo, ¡todo! ¡Qué así sea! ¡Amén! ¡Amén!