Francisco habló en la Audiencia General de las tres virtudes teologales, «las actitudes fundamentales» que caracterizan la vida de los discípulos de Jesús. «El cristiano nunca está solo», es necesario «despojarse de esa presencia a veces demasiado voluminosa que es nuestro ego».
Adriana Masotti – Ciudad del Vaticano
Francisco prosiguió su serie de catequesis sobre los vicios y las virtudes, objeto de sus reflexiones en la audiencia general de los miércoles de estas semanas. Tras haber examinado las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, hoy su pensamiento se dirige a las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, que «caracterizan la vida de los cristianos» y son «prenda de la presencia y de la acción del Espíritu Santo» en ellos. El discípulo de Jesús, por tanto, no es un héroe y «nunca está solo».
Las virtudes cardinales, fundamento de una vida buena
Las virtudes cardinales, ya patrimonio del pensamiento antiguo, son las piedras angulares de la vida moral, es decir, de «una vida buena». Ya antes de Cristo, explicó el Papa, existían valores como la honestidad, la sabiduría, la valentía, la moderación. «Este patrimonio de la humanidad -observó- no ha sido sustituido por el cristianismo, sino focalizado, valorizado, purificado e integrado».
Hay, pues, en el corazón de cada hombre y de cada mujer la capacidad de buscar el bien. El Espíritu Santo se dona para que quien lo recibe pueda distinguir claramente el bien del mal, tenga la fuerza de adherirse al bien rehuyendo el mal y, al hacerlo, alcance la plena realización de sí mismo.
Las virtudes teologales, don del Espíritu
El cristiano, por tanto, posee una marcha más, «una asistencia especial del Espíritu de Jesucristo», afirmó el Papa, a través del don de las tres virtudes: fe, esperanza y caridad, llamadas teologales «en cuanto que se reciben y se viven en relación con Dios». Y citó la definición que de ellas da el Catecismo de la Iglesia Católica:
«Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano» (n. 1813).
No héroes, sino discípulos
La presencia del Espíritu introduce una diferencia radical, señaló Francisco: mientras que la observancia de las virtudes cardinales podría generar personas heroicas en su esfuerzo por hacer el bien, «el cristiano nunca está solo». “Hacen el bien -dice el Papa- no por un esfuerzo titánico de compromiso personal, sino porque, como humilde discípulo, camina detrás del Maestro Jesús». Y continuó:
El cristiano tiene las virtudes teologales que son el gran antídoto contra la autosuficiencia. ¡Cuántas veces ciertos hombres y mujeres moralmente irreprochables corren el riesgo de volverse engreídos y arrogantes a los ojos de quienes los conocen! (…) La soberbia es un veneno poderoso: basta una gota para echar a perder toda una vida marcada por la bondad.
Una ayuda para superar los momentos difíciles
El bien, prosiguió el Pontífice, tiene características precisas, «no es sólo un fin, sino también un modo». Entre ellas, la discreción y la gentileza, pero sobre todo el despojarse «de esa presencia a veces demasiado voluminosa, que es nuestro ego». Y luego, prosiguió Francisco, nadie está exento de caídas y errores, y las virtudes teologales son de gran ayuda en situaciones difíciles. Y concluyó:
Entonces, si hemos perdido la confianza, Dios nos reabre a la fe; si estamos desalentados, Dios despierta en nosotros la esperanza; si nuestro corazón está endurecido, Dios lo ablanda con su amor.