San Benito de Palermo es conocido por varios sobrenombres, incluyendo «el Africano», «el Moro» y «el Negro». Fue un santo católico italiano de origen africano, nacido en Sicilia en el siglo XVI, hijo de esclavos etíopes. Es venerado como el patrono de los afroamericanos, los africanos y los antillanos.
La importancia de San Benito de Palermo radica en su historia personal y su legado de humildad, dedicación y servicio a los demás. A pesar de su origen humilde y los prejuicios raciales de la época, San Benito se convirtió en un ejemplo de virtud y santidad, y su vida es una inspiración para las personas de todas las razas y orígenes.
San Benito de Palermo es un ejemplo de cómo la santidad no está reservada para ciertas personas, sino que está al alcance de todos, independientemente de su origen o circunstancias. Además, su vida nos recuerda la importancia de la fe, la esperanza y la caridad en nuestras vidas diarias.
En resumen, la importancia de San Benito de Palermo radica en su ejemplo de humildad, dedicación y servicio a los demás, así como en su papel como patrono de los afroamericanos, los africanos y los antillanos. Su vida y legado son un recordatorio de que la santidad está al alcance de todos, independientemente de su origen o circunstancias.
San Benito nació en 1526 en San Fratello o San Filadelfo, Sicilia, de padres cristianos, Cristóbal Manassari y Diana Larcari, descendientes de esclavos de origen africano. De adolescente Benito cuidaba el rebaño del patrón y desde entonces, por sus virtudes, fue llamado el «santo moro». Cuando tenía más de 20 años entró en contacto con la comunidad de la Orden de Frailes Menores, conocidos como franciscanos, por su fundador, Francisco de Asís. Decidió ingresar a la orden, en el convento de Santa María de Jesús en Palermo, pero como era analfabeta se le asignaron tareas en la cocina de la comunidad. El carisma franciscano absorbió los impulsos del joven y se entregó a imitar el ejemplo de caridad de Francisco de Asís. Se le tenía en tal aprecio que en 1578, siendo religioso no sacerdote, fue nombrado superior del convento. Por tres años guió a su comunidad con sabiduría, prudencia y gran caridad. Se cuenta que logró imponer una estricta disciplina de pobreza y austeridad entre los frailes. Con ocasión del Capítulo provincial se trasladó a Agrigento, donde, por la fama de su santidad, que se había difundido rápidamente, fue acogido con calurosas manifestaciones del pueblo.
Al emular al fundador de la orden, Benito se ganó la admiración de sus contemporáneos y de las generaciones posteriores, que le elevaron a los altares. Nombrado maestro de novicios, atendió a este delicado oficio de la formación de los jóvenes con tanta santidad, que se creyó que tenía el don de escrutar los corazones. Finalmente volvió a su primitivo oficio de cocinero. Un gran número de devotos iba a él a consultarlo, entre los cuales también sacerdotes y teólogos, y finalmente el Virrey de Sicilia. Para todos tenía una palabra sabia, iluminadora, que animaba siempre al bien.
Humilde y devoto, redoblaba las penitencias, ayunando y flagelándose hasta derramar sangre. Realizó numerosas curaciones. Cuando salía del convento la gente lo rodeaba para besarle la mano, tocarle el hábito, encomendarse a sus oraciones.
En 1589 enfermó gravemente y por revelación divina conoció el día y la hora de su muerte. Recibió los Santos Sacramentos y expiró dulcemente el 4 de abril de 1589, a la edad de 63 años, pronunciando las palabras de Jesús: “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”.
ue beatificado, tras un largo proceso, por el Papa Benedicto XIV en 1743 y canonizado por Pio VII el 24 de mayo de 1807. Dicen que al exhumar sus restos su cuerpo fue encontrado incorrupto. Es recordado por su paciencia y sencillez, pero también por su buen entendimiento cuando se enfrentaba a prejuicios raciales.
Su culto se difundió ampliamente y vino a ser el protector de los pueblos de raza negra. Es muy venerado en toda América, tanto en los Estados Unidos como en los países de Latinoamérica celebrándose en distintas fechas, de acuerdo con las tradiciones locales.
Se le suele llamar San Benito de Palermo por la ciudad en la que murió. Pero también para distinguirle de San Benito de Nursia.
Su cuerpo, que aún se conserva incorrupto en el convento de Santa María de Jesús junto a Palermo, empezó en el acto a ser objeto de la pública veneración de los palermitanos. Los innumerables milagros obrados por su intercesión obligaron a la Santidad de Benedictino XIV a beatificarlo; y después de nuevos prodigios, Pío VII le colocó en el catálogo de los Santos. La devoción de San Benito de Palermo está muy difundida en América Latina, sobre todo donde hubo comunidades esclavas numerosas, como Venezuela y Nicaragua, e inclusive al sur, como en Uruguay, Brasil y Argentina.