Un propósito firme y constante: llevar el mayor número de almas al Cielo. San Juan Bosco siempre lo cultivó en su corazón y puso por encima de todo la salvación eterna de aquellos que encontraba en las calles o llamaban a su puerta. Por eso, la atención que prodigó a los jóvenes abandonados, pobres o sin educación, no era exclusivamente de tipo social, sino que sobre todo respondía a una necesidad espiritual.

Un sueño profético
El fuego de la caridad que animaba al sacerdote era el deseo de amar a Dios infinitamente bueno y omnipotente en aquellos que conocía. «Da mihi animas, coetera tolle», «dame las almas y quédate con todo lo demás» era el lema escrito con grandes letras que se podía leer en su dormitorio. En una ocasiòn, cuando todavía era un niño de sólo nueve años, tuvo un sueño profético: estaba rodeado de algunos muchachos que jugaban y otros que blasfemaban. Dado su temperamento impulsivo, Juan buscaba hacerles desistir agrediéndolos con puños y puntapiés. Le aparecieron luego en la escena Jesús y la Virgen que lo exhortaron a ganarse el afecto de esos «amigos» «no por la furia de los golpes, sino con la mansedumbre y la caridad»: sólo con ese modo afable los habría convencido «sobre la fealdad del pecado y la preciosidad de la virtud».

Nacido en una familia italiana pobre, pero dotado de gran inteligencia
Juan nació el 16 de agosto de 1815 en el pueblo de Becchi, en Castelnuovo d’Asti.
Su padre, Francisco, se había casado con Margarita Occhiena, en segundas nupcias pero murió a los treinta y tres años por una pulmonía, cuando Juan tenía apenas dos años. Desde entonces, para sacar adelante a toda la familia, el camino se presentaba muy fatigoso. Por un lado, era justo promover la notable inteligencia de Juanito, que ya se había hecho notar desde temprana edad, pero esta promoción chocó inmediatamente con la hostilidad de su hermanastro Antonio, que debía trabajar duramente en los campos y consideraba que el tiempo dedicado a los libros por Juan era un lujo excesivo. La constante oposición de Antonio obligó a Margarita a enviar a su hijo Juan fuera de casa. Por fortuna, le encontró un trabajo como obrero en el caserío de la familia Moglia. Después de haber recibido su primera comunión, Juan sintió que debía atraer a muchos de sus compañeros a encontrar a Jesús. Para ello se inventó un método muy original y muy cautivador de los jóvenes siviéndose de los juegos y de las acrobacias aprendidas a los acróbatas de las ferias. La vivacidad intelectual del muchacho no pasó desapercibida al capellán de Morialdo, Juan Calosso, quien, antes de su repentina muerte, en 1829 le dio sus primeras lecciones de latín. Sin embargo, no fue hasta 1831 que Juan pudo completar en cuatro años los estudios de la escuela primaria y secundaria. Para pagar sus clases trabajaba como sastre, camarero, mozo, carpintero, zapatero y herrero. Estudiante muy aventajado y de una memoria sorprendente, pronto se hizo notar también por el futuro santo, José Cafasso, un sacerdote que lo orientó al seminario. Fue ordenado sacerdote el 5 de junio de 1841 en la Capilla del Arzobispado de Turín. Se trasladó al Internado Eclesiástico de la ciudad de Saboya y comenzó su apostolado en la cercana Iglesia de San Francisco de Asís entre los jóvenes más pobres, procedentes del campo que vagaban por las calles o que encontraba en las prisiones. Amaba y educaba como un verdadero padre a estos jóvenes abandonados, muy perturbados y desorientados debido al duro proceso de industrialización.

El oratorio y su pasión por los jóvenes
El 8 de diciembre de 1844, inspirándose en san Felipe Neri, fundó el oratorio que más tarde establecería en Valdocco, bautizándolo con el nombre de san Francisco de Sales. Poco después Don Bosco dará vida también a la Congregación Salesiana al servicio de la juventud y, más tarde, en 1872, junto con santa María Dominica Mazzarello, al Instituto de las Hijas de María Auxiliadora para la educación de las jóvenes. La misión salesiana adquirió pronto un carácter internacional: el Boletín Salesiano, hoy distribuido en 26 idiomas y 135 países, y los textos hagiográficos y pedagógicos del santo, siempre inspirados en un enfoque educativo preventivo y nunca represivo, fueron traducidos a diferentes idiomas, mientras los fundadores aún vivían. El sacerdote Juan también era un promotor convencido de la «buena prensa católica» destinada a la divulgaciòn cultural, pedagógica y cristiana que contrarrestara los efectos nocivos de la prensa laica y facciosa que daba notable espacio a falsedades y doctrinas anticristianas.

Formar ciudadanos honestos y buenos cristianos
Su elevado compromiso espiritual, pastoral y social católico cojuntado con una fidelidad incondicional al Papa, en la época de gobiernos liberales y masónicos, sólo podía causar al fundador de los Salesianos enemistades, persecuciones y ataques. Sin embargo, fue tal la estima que se ganó en la opinión pública por su labor educativa que en más de una ocasión fue elegido como mediador entre el Estado y la Santa Sede. El templo dedicado al Sagrado Corazón en Roma, construido por deseo del Papa León XIII y gracias a tantos donativos providenciales, se convirtió en un lugar de espiritualidad y redención social para innumerables jóvenes. «Formar ciudadanos honestos y buenos cristianos» fue la misión a la que el santo se dedicó hasta su muerte, acaecida el 31 de junio de 1888. Fue Pío XI quien lo beatificó en 1929 y lo canonizó en 1934. San Juan Pablo II lo declaró «padre y maestro de la juventud» en el centenario de su muerte. Para proseguir su misiòn, innumerables jóvenes han seguido las huellas de Don Bosco hasta el día de hoy. «Ser bueno no consiste en no cometer errores, sino en tener la voluntad de enmendarse». Un camino de santificación que, para decirlo con santo Domingo Savio, su alumno, consiste «en estar muy alegres y en el perfecto cumplimiento de los propios deberes». El Papa Francisco confesó que, ya desde que era niño, había aprendido ese «carisma» de alegría en la escuela de sexto grado de los Salesianos en Argentina.

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