Este vicio, definido como destructor de las relaciones humanas, estuvo en el centro de la reflexión de Francisco en la audiencia general: tiene una fuerza penetrante que perdura en el tiempo, por lo que debe remediarse rápidamente ejercitando «el arte del perdón, en la medida en que esto sea humanamente posible». Pero no se es humano ni cristiano si uno no se indigna ante una injusticia.
Adriana Masotti – Ciudad del Vaticano
Las pasiones no son siempre malas, «nos corresponde a nosotros, con la ayuda del Espíritu Santo”, encontrar su “justa medida», nos corresponde a nosotros «educarlas bien para que se vuelvan hacia el bien». Al final de su catequesis en la audiencia general de hoy, tras hablar del vicio de la ira y de su poder «destructivo», el Papa Francisco afirmó que también existe «una santa indignación», como la que es necesario sentir ante una injusticia.
“No permitan que la noche los sorprenda enojados, dando así ocasión al demonio […]. Eviten la amargura, los arrebatos, la ira, los gritos, los insultos y toda clase de maldad. Por el contrario, sean mutuamente buenos y compasivos, perdonándose los unos a los otros como Dios los ha perdonado en Cristo. (Ef 4,26-27.31-32).”
La ira es un vicio desenfrenado
«Es un vicio que no deja tregua», afirmó el Papa en el Aula Pablo VI, hablando de la ira y continuando así la serie de profundizaciones sobre los vicios y las virtudes iniciada en la audiencia del pasado miércoles 27 de diciembre. A menudo la ira, de hecho, no se dirige sólo contra quien creemos que nos ha hecho mal, sino también contra la primera persona que resulta estar a nuestro alcance. Y Francisco dió un ejemplo de ello:
Hay hombres que contienen su ira en el lugar de trabajo, demostrándose tranquilos y compasivos, pero que una vez llegados a la casa se vuelven insoportables para la esposa y los hijos. La ira es un vicio desenfrenado: es capaz de quitar el sueño y de hacernos continuamente maquinar en nuestra mente, sin lograr encontrar una barrera para razonamientos y pensamientos.
Llegar pronto a la reconciliación
La ira, prosiguió Francisco, «es un vicio destructivo de las relaciones humanas», y expresa la incapacidad de aceptar a quien es distinto de nosotros o piensa de manera diferente; provoca resentimiento que termina involucrando no sólo ciertos comportamientos, sino a toda la persona que tenemos delante. Es un vicio que quita lucidez y que a menudo no se calma con el paso del tiempo. Por eso es importante, sostuvo el Papa, tratar de afrontar enseguida el problema y llegar a la reconciliación:
Si durante el día puede surgir algún malentendido, y dos personas dejan de entenderse, percibiéndose de pronto alejadas, no hay que entregar la noche al diablo. El vicio nos mantendría despiertos en la oscuridad, rumiando nuestras razones y errores inexplicables que nunca son nuestros y siempre del otro. Es así: cuando una persona está dominada por la ira, siempre dice que el problema es del otro. Nunca es capaz de reconocer sus propias faltas, sus propios defectos.
Ejercitarse en el arte del perdón
Jesús en el «Padrenuestro» nos hace orar para nuestras relaciones humanas: en la vida tenemos que tratar con los deudores incumplidores frente a nosotros; como ciertamente nosotros – observó Francisco – “no siempre hemos amado a todos en justa medida”:
Todos somos pecadores, todos, y todos tenemos las cuentas en números rojos: no lo olviden. Y, por tanto, todo tenemos que aprender a perdonar para ser perdonados. Los hombres no permanecen juntos si no se practican también en el arte del perdón, siempre que esto sea humanamente posible. Lo que contrarresta la ira es la benevolencia, la amplitud de corazón, la mansedumbre, la paciencia.
Existe una «santa indignación»
Si la ira es un vicio terrible porque está «en el origen de las guerras y la violencia», subrayó a continuación el Pontífice, no siempre somos responsables de que surja en nosotros, somos, sin embargo, responsables de su desarrollo. Además, prosiguió, es un sentimiento que no siempre hay que negar, pues existe una «santa indignación, que no es ‘ira’, sino un movimiento interior:
Y a veces es bueno que la ira se desahogue de la manera adecuada. Si una persona no se enfada nunca, si no se indigna ante la injusticia, si no siente algo que le estremece las entrañas ante la opresión de un débil, entonces significaría que no es humana, y mucho menos cristiana.
Francisco señala a Jesús, a quien el Evangelio describe a veces como indignado, pero que «nunca respondió al mal con el mal». «Nos corresponde a nosotros, con la ayuda del Espíritu Santo – concluyó – encontrar la justa medida de las pasiones», nos corresponde «educarlas bien para que se vuelvan al bien y no al mal».