Este 21 de septiembre es el Día Internacional por la Paz y, desde las Sagradas Escrituras, quisiera reflexionar en algunas frases y preceptos que Dios mismo nos ha querido dejar como Faro en medio de la oscuridad, para encontrar y llevar a buen puerto a otros a través de la Paz.
Nuestro Señor Jesucristo, desde el comienzo de la cristiandad, al presentarse en medio de la comunidad en el Cenáculo tras la resurrección, nos dejó una línea a seguir, un saludo particular y contundente dado previamente a sus discípulos al salir a misionar y entrar en las casas: «La Paz esté con ustedes» (Jn 20,19).
La palabra «paz» aparece más de trescientas veces en las Sagradas Escrituras. La primera vez la encontramos en el libro del Génesis, cuando Dios promete a Abrám «No temas Abrám, Yo soy para ti tu escudo. Tu recompensa será grande» y le promete al final de su vida una vejez feliz y ser sepultado en paz». (Gn 15,1b.15). Dios promete la Paz Eterna a quien ha sido fiel en esta vida.
Y en esta vida, Dios nos dice: «Yo soy el Señor. Si ustedes viven conforme mis preceptos y observan fielmente mis mandamientos… Yo aseguraré la paz en el país y ustedes descansarán sin que nada los turbe» (Lv 26,2-3.6).
En modo similar también proclama: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz». (Nm 6, 24-26).

Contemplar el rostro del Señor, entrar en su presencia, asegura la Paz de quienes cumplen sus preceptos, porque sus preceptos son justos y dignifican a las personas y a las comunidades. No se fundamentan en la codicia o en la opulencia, sino en la dignidad de las personas, en la justicia y el bien común, en el perdón, la misericordia, la caridad…, en todo cuanto contribuye a que las personas puedan vivir en Paz. No como una utopía, sino como un sistema de vida, una opción: buscar el bien de cada individuo y de la comunidad en una misma dignidad a los ojos de Dios y del mundo entero. «Porque todos somos hijos de Dios por la fe en Cristo. Por lo tanto, ya no hay judíos ni paganos, esclavos ni libres, varón ni mujer…» que gocen de privilegios unos por encima de otros, sino que en Cristo todos pertenecemos a Dios y, al igual que a Abraham, somos «herederos en virtud de la misma promesa» (Gal 3,26.28.29b).
El saludo continuo del pueblo de Israel, en los libros históricos, proféticos y sapienciales, recalca bendecir a los demás deseándoles que vayan y regresen en paz, que la Paz de Dios esté con ellos, que la salud y la paz reinen en sus vidas y sus familias, en sus casas y ciudades.

Isaías nos transmite además el conocimiento anticipado de lo que será la Paz Mesiánica, donde todos los pueblos y naciones, donde toda la creación, llegará
el momento en que habiendo vencido el Mesías, Príncipe de la Paz (Is 6), podremos experimentar su justicia a través de la convivencia fraterna, de la convivencia pacífica en armonía y paz (Is 11).
Sin embargo, para aquellos que no permiten pacificar su interior, que se rebelan en contra del amor y los preceptos de Dios, en quienes pesa más la codicia, la soberbia, el orgullo, la avaricia y otros tantos vicios que atentan contra la dignidad humana, para ellos no hay paz. No como castigo divino, sino lógica consecuencia de quienes se alejan de la única fuente verdadera de amor, de felicidad, de paz: Dios mismo. Porque deciden abandonar la fuente de la Sabiduría, serán contados con los muertos en el Abismo (cf Bar 3,12.11).

Estas gentes, extraviándose, extravían también al pueblo hablando falsamente, construyendo realidades inconsistentes e insostenibles, esclavizando a los demás en mentiras e ignorancia (cf Ez 13,8.10ss). No obstante, aún para quienes han caído en las redes de estas personas, el Señor las liberará y sabrán así quién es el Señor (v.23), si «aman la verdad y la paz» (Zc 8, 19).
«Si hubieras seguido el camino de Dios, vivirías en paz para siempre. Aprende dónde está el discernimiento, dónde está la fuerza y dónde la inteligencia para conocer al mismo tiempo dónde está la longevidad y la vida, dónde la luz de los ojos y la paz» dice el Señor ( Bar 3, 13-14).
Renueven entonces la alianza de vida y paz que Dios nos concede, caminando con Él en paz y rectitud, alejándonos de todo mal (cf Mq 2,5-6).
Pongamos en práctica las enseñanzas del Salmo 34 que nos dice: «Guarda tu lengua del mal y tus labios de palabras mentirosas. Apártate del mal y practica el bien, busca la paz y sigue tras ella (vv 13-15), entonces serás feliz.
Zacarías, padre de Juan el Bautista, el precursor de nuestro Señor, cuando Dios le permite recuperar el habla, lleno del Espíritu Santo alaba la grandeza del Señor que vendría a «guiar nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,79).

Los Evangelistas además recalcan y hacen hincapié del mensaje de Paz que Cristo ha traído al mundo entero. Desde el mensaje de los ángeles en el momento de su nacimiento: «Paz a los hombres amados por Dios» (Lc 2,14).
Por ello, que enorme dignidad y promesa de felicidad para «los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). Una Paz que no da el mundo, una Paz como solo Él la puede dar (Jn 14,27). Una Paz por encima de todo, capaz de liberarnos de la esclavitud de la angustia, de la desesperanza, del miedo, de la frustración; que nos libera de los odios y rencores, de las violencias

y la oscuridad. Una Paz que no hace que desaparezcan los retos, las pruebas o dificultades, pero que nos llena de esperanza ante la promesa de Aquél quees Siempre Fiel: «Les digo esto para que encuentren la paz en Mí. En el mundo tendrán que sufrir, pero tengan valor: Yo he vencido al mundo» (Jn 16, 33).

Habría aún mucho por reflexionar sobre el mensaje de Paz que Cristo da cada vez que cura a alguien «vete en paz», como si no fuera suficiente la cura del cuerpo, sino lo principal es la cura del alma, de la mente, recuperar la confianza, la esperanza, la paz. La misión del cristiano es sembrar en sí y en otros Paz.

Terminemos esta reflexión con las palabras que Pablo nos deja en la Epístola a los Efesios 6,13-15: «Tomen la armadura de Dios, para que puedan resistir en el día malo y mantenerse firmes después de superar todo obstáculo. Permanezcan de pie, ceñidos con el cinturón de verdad y la justicia por coraza. Calcen sus pies con el celo para propagar la Buena Noticia de la Paz»; así teniendo el escudo de la Fe y la Palabra de Dios, animados por el Espíritu Santo perseveremos triunfantes en medio de las adversidades.
La verdadera batalla por la paz no es a través de la violencia externa, sino contra nuestros egoísmos, nuestros errores, nuestros vicios, nuestras codicias. Es anteponer el amor a Dios y al prójimo, el mensaje de Salvación que lo resume todo: Ama y vive en Paz.
La Paz, como punto culmen de una vida fiel y feliz, nos debe hacer reflexionar en si estamos viviendo o no hoy en día en la búsqueda real de la felicidad y la Paz, que Cristo vino a enseñarnos y que nos pide para estos tiempos actuales.

De ahí también la convocatoria que la Conferencia Episcopal Mexicana ha hecho para participar en los Conversatorios y Foros de Paz, que estaremos iniciando ahora en el mes de octubre, que igualmente es parte fundamental del Sínodo Diocesano, que nos invita a acompañar a nuestros hermanos y hermanas en estados de violencia y a generar Paz en la sociedad.

Este próximo 21 de septiembre organicemos nuestras comunidades para celebrar con sus familias en oración, en asambleas, en convivencias parroquiales, el Día Internacional de la Paz, dando testimonio de Aquél que nos envía diciendo: la Paz esté con ustedes.
Que la Paz de Cristo sea con todas y todos ustedes. Pbro. Jorge de la Torre Rodríguez
Coordinador de la Comisión de Pastoral Social Diócesis de Cancún-Chetumal

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