El Papa Francisco envió un mensaje a la Iglesia francesa, que en la fiesta de la
Asunción celebró 150 años de peregrinaciones nacionales al santuario mariano de
Lourdes: el mundo necesita la protección de la Virgen ante las preocupaciones y
desafíos actuales
Alessandro De Carolis – Ciudad del Vaticano

La Gruta de Massabielle, epicentro de paz para el mundo que libra su guerra
mundial a pedazos. Así lo ve el corazón del Papa, que envió un mensaje a la
Iglesia francesa que ayer concluyó la gran peregrinación nacional a Lourdes, en
que también celebró los 150 años del inicio de esta práctica en el país.
Es necesario «acudir con decisión» a la Virgen «ante las dificultades,
preocupaciones y desafíos del presente», escribe Francisco, que pone a los pies
de la Madre de Jesús el drama de las demasiadas zonas del planeta donde hay
matanzas y destrucción.
«Que la Reina de la Paz – es su oración – interceda ante su Hijo para que se
instaure la tan deseada paz allí donde se oye el rumor de las armas».
Redescubrir la devoción popular
En su mensaje, el Santo Padre recuerda que el culto mariano en Francia se ha
desarrollado desde «tiempos remotos», con «innumerables – y admirables –
lugares de culto dedicados a Ella», alcanzando su apogeo con las apariciones a
Bernadette en 1858.

La peregrinación y la procesión a Lourdes favorecerán «la difusión o el
redescubrimiento de los actos de devoción popular», espera Francisco, al dirigirse
a los obispos y los fieles, para luego ampliar su mirada de las heridas de guerra a
las otras que el Santuario de los Pirineos acoge ininterrumpidamente cada año, las
de los enfermos y discapacitados, a quienes también saluda «calurosamente».

Su peregrinación en busca de «consuelo», junto con la de quienes los acompañan,
«dan al mundo – escribe Francisco – un elocuente testimonio de fe y de caridad».
Oración por las familias, marginados y refugiados
La invocación del Papa a la Virgen no se detiene y pide que su intercesión suscite
en el corazón de todos «auténticos sentimientos de amor fraterno» para que las
sociedades crezcan «en el respeto a los demás, salvaguardando su dignidad y sus
derechos, y para que nadie se quede atrás».

A la protección de la Madre de Jesús Francisco también encomienda a las
familias: «Los padres que llevan el peso cotidiano de una gran responsabilidad; los
jóvenes, tan ricos en potencialidades, pero a menudo preocupados por su futuro, o
lamentablemente ya obstaculizados por muchas limitaciones; los ancianos, ricos
en experiencia y sabiduría, pero con demasiada frecuencia abandonados y
descuidados», sin olvidar a «las personas solas, los marginados, los exiliados o
refugiados, y todos los que sufren».
Cristo – concluye el Obispo de Roma – es la «esperanza inquebrantable» sobre la
que debemos construir nuestra vida y nuestras sociedades».

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