Cancún, Quintana Roo.— Cuánto gozo hay en el corazón del sacerdote en vivir sólo para dar a Jesús y darse con Él a las almas.
Por la consagración sacerdotal el sacerdote ha dejado místicamente de ser un hombre para empezar a ser Jesús.
Una especie de transustanciación se ha operado en él: las apariencias son del hombre, la sustancia es de Jesús.
Tiene lengua, ojos, manos, pies, corazón como los demás hombres; pero, desde que ha sido consagrado, todos esos órganos e instrumentos no son del hombre sino de Jesús.
Y que alegría le da al sacerdote saber que es hijo predilecto de la Virgen María.
Que el Señor los conserve, les de vida, los haga felices en la tierra y no los entregue en manos de sus enemigos.