El día de muertos, el festival de la vida y de la muerte y los altares de muertos, son una tradición viva y
creciente en nuestro pueblo mexicano. Estas fiestas con pan de muerto, disfraz de calaveras y desfile de
catrinas, es un vivo testimonio del profundo anhelo misterioso del corazón humano de vida después de la vida.
Es un sentimiento instintivo de que la vida no se acaba sino se transforma. Aunque, hoy esta fiesta de los
muertos se vuelva un espectáculo y un entretenimiento, para nuestros ancestros era algo muy serio. En el altar de muertos se reunían para rezar a sus difuntos. En los cementerios de Janitzio y de Mixquic, todavía hoy los familiares del difunto pasan la noche en silencio y en oración en la tumba de sus muertos. Los pueblos originarios imaginaban la visita de las almas de los muertos viniendo a aspirar la esencia de los alimentos y bebidas que les ofrecían en el altar de muertos. Con la llegada del cristianismo las antiguas creencias y sentimientos religiosos no se borraron, sino que se enraizaron más profundamente y se completaron con la fe en la resurrección y la fe en la comunión de los santos.
Los Saduceos niegan la resurrección de los muertos
Los Saduceos como niegan la resurrección de los muertos, quieren poner en apuros y en ridículo a Jesús con una pregunta capciosa y con un caso extremo muy poco probable, pero hipotéticamente posible: siete hermanos que tienen que casarse sucesivamente con la misma mujer viuda. ¿De cuál de ellos será esposo en la resurrección de los muertos? La respuesta los desarma y los deja a ellos en ridículo: “en la otra vida no se casarán ni tendrán hijos porque serán como ángeles, porque Dios será todo en todos”. Están muy equivocados al pensar la otra vida igual a ésta vida sin ningún cambio sustancial. Jesús les deja bien claro que la resurrección no es una mera prolongación de la vida actual, sino una plenitud que valora lo bueno de esta vida y supera lo malo, además Jesús deja bien claro que Dios es el único y supremo señor de la vida y que él quiere la vida presente y futura para sus hijos. A Dios no se le mueren sus hijos, porque Él es el dueño supremo de la vida.
Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá y el que vive y
cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees tú esto?” (Jn. 11, 25-26).
Todos los creyentes recibimos el don de la fe, pero también tenemos la tarea de aceptarla con todas sus
consecuencias, de cultivarla y de madurarla. ¡Creo Señor, pero aumenta mi fe! Nuestra tarea y misión es crecer en la fe hasta lograr una fe grande y madura. ¡Oh mujer que grande es tu fe!, Esa fe, grande y madura nos ayudará a respetar y defender la vida desde su concepción hasta su muerte natural. Esa fe grande y madura nos ayudará a aceptar con resignación y esperanza la muerte de un ser querido, sabiendo que pasa a otra vida más plena y definitiva. Esa fe grande madura nos ayudará a defender la vida frente a la opinión pública, frente a las leyes injustas y frente a los negocios lucrativos que no quieren respetarla. Esa fe grande y madura, nos ayudará a esperar con fe y confianza la otra vida, pero al mismo tiempo nos ayudará a comprometernos en ésta vida presente, en el servicio a nuestro prójimo y en las obras de misericordia hacia nuestro hermano necesitado, para poder entrar en el Reino de los cielos: “tuve hambre y me diste de comer, entra al banquete de tu Señor preparado para ti desde antes de la creación del mundo”. ¡Así sea!