TIRADO A LA ENTRADA DE SU CASA
La parábola del rico epulón, presenta hoy a un hombre rico sin nombre y a Lázaro, un
pobre con nombre que significa: Dios ayuda. Éste pobre hombre cubierto de llagas,
enfermo y maltratado, está hambriento ansiando llenarse de las sobras que caen de la mesa
del rico. Sus harapos están en contraste con el vestido de púrpura y lino del rico. Su
estómago vacío y su cuerpo cubierto de llagas está en contraste con el rico que banqueteaba
espléndidamente. Tirado a la entrada de la casa, también está en contraste con la mansión
lujosa del rico. La pobreza extrema de muchos pobres y la riqueza exagerada de muchos
ricos claman al cielo. La desigualdad social y económica es una realidad impactante, tan
impactante que sería hasta vergonzoso negarla o ignorarla. El clamor de los pobres clama
al cielo. Dios no sólo quiere ayudar a los pobres, sino también quiere ayudar a los ricos: los
invita a mirar al pobre, compadecerse de la gravedad de su situación, sentir la crudeza de su
sufrimiento y auxiliarlo eficazmente.
En el Caribe mexicano asistimos tal vez a la desigualdad social más grande del mundo. Por
un lado, nos encontramos con grandes palacios vacacionales de máximo lujo y a muy
pocos kilómetros asentamientos irregulares sin los servicios básicos, colonias olvidadas y
marginadas, en las que viven en situaciones deprimentes los que trabajan en los más
lujosos palacios vacacionales. El Evangelio de hoy golpea nuestra conciencia para sacudir
nuestra indiferencia y hacernos más solidarios. No basta con indignarnos con la
desigualdad extrema. No basta con sentir compasión por tanta pobreza y desigualdad. No
basta con decir: ¡Hay pobrecito, que Dios te ayude! Todos estamos llamados a ayudar
efectivamente a los más pobres y necesitados. Cada uno está llamado desde su propia
trinchera para que todos sus hermanos puedan disponer de un hogar digno, de un salario
digno, de una colonia digna y puedan tener acceso a los servicios de salud y de educación
que se merece su dignidad humana. ¿Porque Lázaro tiene nombre y el rico no tiene
nombre? Para significar que todos tenemos igual dignidad, como seres humanos y como
hijos de Dios.
El rico se condena no por ser rico, sino por no compartir su riqueza. Lázaro ansiaba
llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico, pero nadie se las daba. Sólo los perros
se acercaban a lamerle las llagas. La solidaridad con nuestros hermanos necesitados no sólo
es asunto de sensibilidad, de compasión y de bondad de corazón.
La solidaridad no es un asunto sentimental, ni opcional, en ella nos jugamos la vida eterna:
“Tuve hambre y me diste de comer…ven bendito de mi Padre a recibir la herencia del
Reino, preparado para ti desde la creación del mundo”. “Tuve hambre y no me diste de
comer…apártate de mí maldito al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles”. En
éste tiempo de pandemia hemos sufrido muchas pérdidas, pérdidas de empleo, pérdidas de
amigos, familiares, hermanos, papás. En éste tiempo de Pandemia, hemos sufrido los
efectos y los dolores de la enfermedad y tal vez algunos estuvimos al borde de la muerte.
Tal vez nos hizo pensar esta pandemia en lo cerca que está la vida eterna, nos ha hecho
pensar en lo frágiles que somos, en lo rápido que pasa el tiempo y en lo rápido que nos
llegará la eternidad.
El Evangelio de hoy nos advierte para que no nos pase lo que, al rico epulón, que se la pasó
disfrutando de sus banquetes y se sorprendió al llegar al juicio final con las manos vacías.
La vida eterna se conquista con la solidaridad con los pobres. La vida eterna no se compra
con dinero. El dinero no tiene la última palabra. Es el amor solidario el que tiene la última
palabra. Todos somos como el rico epulón y todos podemos despreciar o auxiliar al pobre
Lázaro que está tirado a la entrada de nuestra casa. Hay muchos pobres y muy variados en
éste mundo en que vivimos. Hay otras clases de pobres: los migrantes, los enfermos, los
desempleados, los sin hogar, los encarcelados, los esclavos de sus vicios, los que sufren
injusticia, los ateos, los duros de corazón. Hay muchos pobres en el mundo y siempre habrá
uno tirado a la entrada de nuestra casa, ansiando llenarse con las sobras que caigan de
nuestra mesa. Todos somos ricos en algo que podemos compartir para ayudar al pobre
tirado a la entrada de nuestra casa. Nadie se puede sentir tan pobre que no tenga una sonrisa
que compartir, un abrazo que dar, unos buenos días que desear, una compañía que ofrecer.
Cada uno tiene esa riqueza que compartir para socorrer esa pobreza de su hermano Lázaro
tirado a la entrada de su casa.
Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L. C.
Obispo de Cancún-Chetumal.