La petición constante del Evangelio es un imperativo a la acción, a optar por una persona a la que nos habla con la garantía de algo maravilloso. Es como estribillo en los Evangelios la invitación de Cristo: “Sígueme”

Hay dos “Sígueme” de resonancia temporal y eterna. La primera, cuando Jesús de Nazareth vio y se acercó a Simón Pedro en la barca y también a Juan y Santiago, todos pescadores y les dijo: síganme, ellos abandonando todo le siguieron. La segunda ocurre 3 años después que el escándalo de la crucifixión con su dolor y pena ha sido superado por el asombro y alegría de mirar a su Maestro resucitado, con unas características que día a día constatan. “ Es el Señor”. En esta última aparición a Simón Pedro le pregunta 3 veces si le ama. A cada respuesta afirmativa Cristo le da un encargo único: “Apacienta mis ovejas”, y como ratificación de lo anterior le manda: “Sígueme”.

Ser discípulo de Cristo no consiste en adherirse a una ideología y otras condiciones complicadas. Una sola condición muy directa y clara: Cristo, su persona divina y humana, como hijo de María de Nazareth, el que predicó 3 años y ratificó su divinidad con sus milagros. Nos conquistó y salvó con su entrega a la muerte en la cruz y su triunfo callado, pero innegable de su Resurrección. A este MAESTRO de carne y hueso, con el que caminaron juntos, comieron, escucharon, tocaron, contemplaron vivo y finalmente le vieron elevarse sencillo y majestuoso al cielo, hasta que se ocultó en una nube blanca, es al que hay que seguir siempre.

Esa persona concreta, Jesucristo, es a quien hay que seguir, si, se fue al cielo y volverá hasta el final de todo tiempo, pero sigue junto a nosotros en el misterio de la Eucaristía, en la verdad escrita de la Biblia, en la predicación de Pedro y sus sucesores en la Iglesia Católica, en la voz que nos ilumina en nuestra conciencia.

Con San Pedro en la Santa Iglesia es a Cristo a quien seguimos en persona. No somos meros cristianos, somos del único rebaño del Buen PASTOR, católicos, con la misión de llevar y hacer presente el amor de Cristo a todas las personas cumpliendo lo que San Pablo afirma en una de sus cartas a los Gálatas:  (Gal, 5, 13)   

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