Dios es amor y el amor no es entender, el amor es sentir, conmoverse, acercarse, consolar, ser
empático, acompañar, vendar una herida, cargar un herido, pagar por su curación.
Cancún, Quintana Roo.– El doctor de la ley, aunque pretende poner a prueba a Jesús, está haciendo una
pregunta trascendente, ¿Qué tengo que hacer para ganar la vida eterna?, cuestionó Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas en su homilía dominical en Cancún.
Es una pregunta que presenta sumo interés por algo sumamente importante en la vida y, sin embargo, no
parece interesar hoy a nadie, dijo.
Todo mundo se interesa por los bienes presentes, por el goce pasajero sin importar las secuelas del
comportamiento, la mayoría se interesa por los resultados inmediatos y, sin embargo, no se interesan por la vida eterna, no hay nada que llene la vida temporal pasajera y efímera. La vida eterna es nuestra meta, pero no nos interesa pensar en ella y menos poner los medios para conseguirla. Si la meta de la vida eterna no está presente en nuestra vida, carece de plenitud, de sentido y a cualquier cosa podemos acudir para intentar llenar ése vacío.
Explicó que el doctor de la ley contestó brillante y precisamente a su misma pregunta: el camino para la vida eterna es amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con todo el ser y al projimo como así mismo.
El doctor de la ley para justificar su pregunta, cuestionó y ¿quién es mi prójimo?, el doctor sabía de sobra quien era su projimo: el prójimo es el próximo, es decir, el que está cercano, el familiar, el amigo el compañero de camino, el que me ayuda y le ayudo, el que me simpatiza y le simpatizo, el que me cae bien y le caigo bien. Pero en realidad el doctor de la ley no sabía quién era el prójimo porque para Jesucristo no es el próximo, el cercano, sino el lejano, el extraño quizá de otra raza o de otra religión, el que se encuentra por casualidad, sorpresa en el camino sin buscarlo, el que necesita ayuda, el tirado, el golpeado y dejado medio muerto, aquel al que le han robado su dinero, su dignidad, su honra, su prestigio, aquel a quien nadie quiere atender, ni siquiera el sacerdote, el antipático, el sucio, el vagabundo, el borrachito, el enfermo, el impertinente, etc…
El doctor de la ley se entretenía en elucubraciones mentales, en doctrinas ortodoxas, en conocimientos
teológicos, mientras Jesucristo lo aterriza y lo hace bajar de sus elucubraciones a la práctica, y el doctor de la ley responde correctamente diciendo que el prójimo es el más necesitado y el que se comporta como prójimo es el que se compadece del más necesitado. Lo más importante no es saber quien es el prójimo, sino, comportarse como prójimo y al ir de viaje, al ver al hombre tirado, no sacarle la vuelta, no seguir el camino previamente trazado sino compadecerse de el, acercarse a el, ungir sus heridas con aceite y vino, vendarlo, cargarlo, llevarlo al mesón, cuidar de el y pagar todo lo que se necesite por su sanación. Demasiadas veces ponemos al centro de lo religioso el saber, entender y definir verdades y creencias, pero no es así, el centro no es el cerebro sino el corazón, no es la teoría sino la práctica, no es la erudición sino la compasión, subrayó monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, L. C., obispo de la Diócesis Cancún Chetumal.