“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. Cuando Jesús se encuentra a la samaritana le dice: “Si conocieras el don de Dios”. Y más adelante dice: “Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba”. Y esto lo decía refiriéndose al Espíritu Santo que iban a recibir los que creyeran en él. El día de su resurrección se apareció a sus discípulos, soplo sobre ellos y les dijo: “Reciban al Espíritu Santo”. Cuando los apóstoles oraban e imponían las manos, los creyentes recibían el don del Espíritu Santo. “Cuando venga el Espíritu Santo que mi Padre les enviará en mi nombre, él les enseñará todas las cosas que yo les he dicho”. Como es un regalo de Dios, solo depende de su voluntad y de su bondad, pero a nosotros nos toca pedirlo insistentemente y como dice San Lucas: ¿Cómo no les dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? En este año sinodal pidamos todos con insistencia, una nueva efusión del Espíritu Santo sobre nuestra Diócesis.
El Espíritu es comunión
La tercera persona de la Trinidad también es mencionada como comunión. “La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos ustedes” (2 Cor 13, 13). Solo el Espíritu Santo en la Trinidad lleva un nombre común a todas y a cada una de las personas divinas, porque en Dios todo es “Espíritu” y todo es “Santo”, mientras que no todo se puede llamar Padre, ni tampoco todo se puede llamar Hijo. Él es el espíritu de ambos del Padre y del Hijo, como dice la escritura: “Espíritu del Padre” o “Espíritu del Hijo suyo Jesucristo”. Por tanto, el Espíritu Santo es la comunión entre el Padre y el Hijo y, por tanto, también es la fuente de toda comunión y de toda comunidad. Por más que busquemos la comunión entre nosotros, si el Espíritu Santo no hace esa comunión, no habrá comunión duradera y estable en la Iglesia. Por más que hablemos de la sinodalidad, no habrá sinodalidad sin la efusión del Espíritu Santo. La división viene del espíritu satánico, la comunión viene del Espíritu Santo.
Es gozo y paz.
“Los discípulos se llenaban de gozo y del Espíritu Santo” (Hech 13, 52). “El Reino de Dios es paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rom 14, 17). “En cambio, el fruto del Espíritu Santo es amor, alegría y paz”. (Gal 5, 22). Jesús le llama Paráclito al Espíritu Santo, que significa consolador, porque trae el gozo, la paz y el amor al alma. Pero esa paz y ese gozo son muy diferentes a los gozos y a la paz que da el mundo. No se trata de una paz que sea ausencia de guerra, sino de una paz que es armonía interior, que es la tranquilidad del orden y la santidad de vida. Es una paz que el mundo no puede dar, pero que tampoco puede quitar. Es la paz de la completa comunión con Dios, donde no cabe el miedo ni la añoranza, porque se tiene la certeza de la presencia de la providencia y del amor de Dios. Es la paz que tiene como esencia la rectitud y la tranquilidad de la conciencia. La paz que nos da el Espíritu Santo es uno de los regalos más grandes que podemos recibir, pero al mismo tiempo es un gran regalo que podemos dar a los demás. Pero no lo podemos dar, si no lo tenemos. Así como no podemos dar unas monedas a un pordiosero, si tenemos el bolsillo vacío. La paz solo se irradia y se contagia por la sobreabundancia de paz en nuestro corazón. La paz es un regalo de Dios hacia nosotros, pero también es un regalo de nosotros hacia nuestros hermanos.
+ Mons. Pedro Pablo Elizondo Cárdenas, Obispo de Cancún-Chetumal