Cancún, Quintana Roo.– Amar a los enemigos no es fácil, si no un milagro que demuestra el poder y la gracia Divina que transforma y hace maravillas, indicó Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas en la Catedral de la Santa Cruz y Santísima Trinidad en Cancún.

Es un amor que altera y supera la inercia de la naturaleza humana, amar a los enemigos es un milagro moral que Dios concede a quien se lo pida, consideró.

El precepto antiguo era amar a tu amigo y odiar a tu enemigo, pero amar como Jesús amó, desde la inmensidad del corazón de Dios Padre, que hace llover y salir el sol sobre justos y pecadores, que quiere la salvación de todos los hombres y lleguen al conocimiento de la verdad.

El mandamiento de Cristo es renovador porque transforma con la fuerza que cambia la faz de la tierra, las relaciones humanas como levadura en la masa, que la fermenta. Este amor al renovarse, hace hombres nuevos, herederos del testamento nuevo, cantores del cántico nuevo, que reúne a todo el género humano para formar un nuevo pueblo.

El amor de Dios, se derrama en los corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado y eso es posible con la gracia de Dios, pues solo con Cristo, es posible este mandamiento. Antes solo existía en teoría como un ideal abstracto, porque la gente se amaba, pero tal vez porque eran parientes, aliados, amigos, pertenecían a la misma clase social, a la misma comunidad o pueblo; pero el mandamiento de Jesús es ir más allá, amar a los perseguidores, a los enemigos, a quienes no saludan o no nos quieren.

La novedad del amor de Cristo se pone en evidencia al dar él toda su vida por rescatar a muchos, hasta derramar la última gota de sangre por redimir a los hombres, además de hacer todo el bien que pudo, especialmente por los más vulnerables. Nadie había amado como Cristo hasta dar la vida por sus amigos; amar sin límites, sin medida, sin interés, incondicionadamente, antes de poder amarlo.

En el Antiguo Testamento existía este precepto del amor al prójimo, (Lev. 19.18), pero los paganos y pecadores eran excluidos de este precepto, porque eran impuros y los judíos no se querían manchar en el trato con ellos, por lo que Cristo nos presenta a Dios como Padre de todos, como hermanos, sin importar las diferencias de raza, cultura, religión, color, extracto social.

Señor Jesús, concédenos amar a nuestros hermanos, no con la pequeñez y dureza de nuestro corazón, sino con la inmensidad y grandeza de tu corazón, que no excluyamos a nadie de nuestra generosidad, de nuestra misericordia y de nuestro amor, concluyó Monseñor Pedro Pablo Elizondo Cárdenas.

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