P. Héctor Galván L.C.

En el pasaje evangélico más característico de Jesucristo lo vemos predicando a la gente sentada en el pasto durante buena parte del día. Al final les pide a sus amigos que den de comer a la multitud. Ante la difícil encomienda un niño ofrece el almuerzo que le dieron sus padres, pan y pescado. Tras instruir el alma es necesario alimentar también el cuerpo; La multiplicación del pan para 5000 personas.

Esa es la pedagogía de Dios respecto de su pueblo escogido, más, desde el instante de la creación. Apenas creados Adán y Eva, Dios sabe que el alimento es vital para su vida. “Pueden comer de todos los frutos del jardín. Sin el alimento no hay vida que florezca. Demos un salto a la liberación de la esclavitud de Egipto después de 400 años. Cada familia tome un corderito, para con su fuerza, inicien el camino de la libertad deseada a la tierra prometida. Obedientes a las normas y ritos dados por Moisés, cada año Israel repite aquella cena del cordero pascual. Es una ceremonia religiosa agradecida y característica de ser el pueblo escogido de Dios. Pasaron los años con todos sus avatares hasta llegar a la aparición del Mesías en Palestina. Pedro y Juan le preguntan a su Maestro Jesús: “¿Dónde quieres que te preparemos la cena de pascua?” Los cuatro evangelistas nos entregan los detalles de aquella Cena memorable, en la que Jesús al final les dice tomando el pan. “Tomen de este pan, Es mi cuerpo, para la salvación del mundo, Y luego dijo tomando la copa de vino: “Tomen, esta es mi Sangre… hagan esto en Memoria Mía.

La cena del cordero ritual es una memoria, repetida cada año, pero ese Jueves víspera de la Pascua judía se va a realizar la liberación definitiva, no del antiguo pueblo escogido, sino el inicio de la Cena del Verdadero Cordero que libra de todo pecado y esclavitud, e inaugura el verdadero alimento vital de los futuros miembros del definitivo y verdadero Pueblo escogido, los amigos, los discípulos del Mesías esperado y vivo entre ellos en aquella noche cenando en el segundo y alto piso de una Casa de la ciudad de David. Ahí y entonces Jesús de Nazaret, se sabe el verdadero hijo de Abraham, Isaac, que en un supremo acto de obediencia va a ser sacrificado sobre el monte elevado del Calvario. El anunciado Hijo de David anunciado a la doncella de Nazareth anticipa la entrega de su Vida divina para todos los hombres. “Tomen, coman este pan es mi cuerpo, Beban, esta es mi sangre para la vida de muchos. Hagan ustedes esto en memoria mía”.

Había terminado la promesa. Estaba presente el verdadero Cordero, alimento vital para la naciente Iglesia, el definitivo Pueblo de Dios. Aquellas palabras de Jesús, el Dios entre nosotros, nos ofrecen el verdadero alimento, la Eucaristía, para que tengamos vida.

Luego escribirá San Pablo en su carta a los Gálatas: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” 

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