P Héctor Galván
El sepulcro de Jesucristo sigue vacío. La primera pregunta que se hizo Magdalena fue: Alguien se lo llevó, dónde los habrán puesto. Yo quiero ir allá para llevármelo. Es la reacción de un corazón agradecido y lleno de amor hacia el Jesús que murió terriblemente en la cruz. Pedro y Juan fueron a constatar la noticia de Magdalena. Era verdad. El cuerpo de Jesús no estaba en la tumba.
A la falta de una explicación de la tumba vacía siguió la entrega a la oración ardiente, las lágrimas buscando una respuesta. ¿Quién era María Magdalena? El evangelista afirma que Jesucristo la liberó de muchos demonios. Es la que en una comida de Jesús con unos fariseos se escurrió bajo la mesa y ungió los pies de Jesús con un perfume muy costoso. Alguien piensa que era la hermana de Marta de Betania. Lo cierto es que era una mujer agradecida, fogosa y fiel discípula de Jesús.
Jesús resucitado, con la apariencia de un jardinero, le pregunta por qué llora. Ella reafirma su voluntad de buscarlo, encontrarlo y llevárselo. Jesús responde a su amor, a su amistad y la llama por su nombre: “María”. Si, Jesús, el Bueno Pastor, el Maestro, el que quiso morir por todos en el tormento de la cruz no se quedó en la tumba. Como lo había anunciado, ha resucitado, está vivo, amigo y radiante de amistad.
María de Magdala, la anterior y notoria pecadora, perdonada de sus pecados por Jesucristo, fue la primera en ver y encontrar a Jesucristo en la nueva dimensión anunciada y para todos inexplicable de resucitar. Esta nueva vida de Cristo glorioso, no es haber vuelto a la vida anterior, como lo fueron Lázaro y el hijo de la viuda de Naim. No es tener un cuerpo incorrupto. Ellos revivieron y luego murieron de nuevo.
La resurrección de Jesús es la Buena Nueva que predica la Iglesia Católica. Es la Buena Nueva de Cristo, el Hijo del Padre y de María de Nazareth. Él dijo a sus amigos: “Yo Soy el Camino, la Verdad, la Resurrección y la vida” Es la certeza de que Jesucristo es el amor divino que borró el pecado de todos y nos entrega su vida divina, la gracia santificante, que nos hace tener la vida de Cristo en nosotros. Por eso San Pablo dice a los gálatas: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”