Querido Pueblo de Dios,
Cuautitlán Izcalli, Edo. de México, 28 de abril de 2022
1. «La paz esté con ustedes». Sus hermanos obispos, reunidos en la CXII Asamblea Plenaria, les saludamos con el mismo deseo de Paz con que Jesús Resucitado se dirigió a sus discípulos.
2. La presencia de Cristo, el Crucificado–Resucitado, infunde siempre confianza y esperanza: confianza no solo por su asistencia, que nos garantiza el triunfo sobre el pecado y la muerte, sino también por la que ha depositado en nosotros para continuar su obra; y la esperanza de que ninguna realidad, por más difícil, dolorosa o compleja que sea, tiene la última palabra, y nos abre siempre a la posibilidad de que con nuestra existencia, vivida según el Corazón de Cristo, se siembren las semillas del Reino.
3. Con esta convicción, quisiéramos invitarlos a descubrir la esperanza más allá de las característica propias de nuestra época de cambios, en las cuales, a pesar de que ha venido a menos la primacía del ser humano y de su dignidad, y va surgiendo con gran fuerza una sobrevaloración del individuo por encima de la colectividad, que olvida la construcción del bien común y polariza a la sociedad, nosotros nos atrevemos a afirmar, con nuestra mirada en el Resucitado, que ni la cultura de la muerte, ni la violencia, ni la mentira, ni el mal, tendrán la última palabra.
4. Esta esperanza emerge de las profundas raíces culturales y religiosas que nos dan identidad como pueblo mexicano, fruto maduro del testimonio coherente de muchos discípulos misioneros a lo largo de quinientos años de evangelización, y de la presencia de María de Guadalupe, que nos ha traducido el Evangelio de Jesucristo, con gran ternura y con una voz muy amable: «¿No estoy yo aquí que soy tu madre?».
5. Les reconocemos y agradecemos a ustedes que, como familia de Dios, han dado razón de su esperanza en medio de esta pandemia y sus consecuencias, viviendo con entereza y confianza en Dios, así como con solidaridad fraterna.
6. Ahora nos corresponde a todos nosotros, pueblo de Dios (pastores y grey), continuar la misión del Resucitado, escuchando la voz del Espíritu, discerniendo lo que Dios nos muestra y nos pide a través de los signos de los tiempos, para encontrar juntos los caminos que hagan posible experimentar «la esperanza que no defrauda». Esperanza que nos impulsa a que, frente a lo que amenaza a la dignidad humana y los valores de la familia, la vida, la libertad de expresión, la democracia, la educación y la hospitalidad solidaria, y en medio de la violencia, la injusticia y la impunidad imperantes, y que afectan sobre todo a los pobres, los migrantes, las mujeres y a los más débiles, sigamos luchando por la paz, la justicia, la tolerancia, la solidaridad y el diálogo.
7. Con este propósito nos hemos reunido en esta Asamblea Plenaria los obispos de México. En ella hemos querido renovar nuestro compromiso de actuar un nuevo Pentecostés misionero, proyectado en la Conferencia de Aparecida (2007), que retomamos en la Asamblea Eclesial Latinoamericana, celebrada en noviembre pasado, y que ahora buscamos concretizar para nuestra Iglesia en México, a través del Encuentro Eclesial. Con este anhelo de Iglesia, nos unimos al Sínodo convocado por el papa Francisco para el año 2023.
8. De este modo, laicos, vida consagrada y pastores, nos preparamos para la celebración de los 2000 años de la redención y los 500 años del Acontecimiento guadalupano, guiados por el Plan Global de Pastoral, para seguir configurándonos como una Iglesia más fraterna, solidaria, unida, participativa y misionera.
9. Debemos evitar realizar lecturas unilaterales de los tiempos que vivimos, las cuales abonan a la polarización: los de arriba, los de abajo; los de antes, los de ahora; los buenos, los malos. Frente a tiempos complejos, es necesaria una audacia nueva y la lucidez de los creyentes, fija la mirada en el Príncipe de la Paz (cf. Ef 2, 14). Ahora más que nunca es necesario el compromiso de los «bienaventurados que trabajan por la paz y la justicia» (Mt 5, 9), que ni condenan el pasado sin más, ni descalifican obsesivamente el presente, sino que disciernen, desde los criterios del Evangelio, todos los acontecimientos.
10. En el Plan Global Pastoral, los obispos mexicanos hemos renovado nuestro compromiso evangélico de servicio preferencial a los más vulnerables de la sociedad, que reconocemos hoy en los rostros de los migrantes, las mujeres, los niños, los jóvenes y los ancianos que sufren, así como en el de los familiares de las personas desaparecidas. Ante estas realidades que tanto nos lastiman, nos comprometemos a ser una Iglesia más sinodal y solidaria, que anuncia y defiende la dignidad humana y colabora en la reconstrucción del tejido social desde el encuentro con Cristo Crucificado y Resucitado.
11. Que Santa María de Guadalupe, que nos ha enseñado que la única fuerza capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios, nos ayude a seguir construyendo la «casita sagrada» donde todos encontremos acogida, consuelo y esperanza.