El evangelio de este domingo corresponde al capítulo 6 de San Lucas.
Autor. Héctor Galván
El profundo deseo de toda persona es llegar a la felicidad y poseerla.
Cristo que es Dios en la tierra nos la ofrece con palabras firmes. Aquí oímos la promesa de felicidad y gozo a los que en esta vida sufren pobreza, y varios tipos de sufrimiento y desventura sobrellevados con paciencia y amor a Cristo. San Mateo en su capítulo 5 también enumera las 9 bienaventuranzas.
Aquí San Lucas promete desventuras a los que gozan de la riqueza y alabaron a los falsos profetas. El criterio para ser bienaventurado y dichoso es seguir a Jesucristo, como lo encontramos en el Evangelio: Él, el Maestro, quiso nacer pobre, ser perseguido, valiente predicador de la verdad y pasar haciendo el bien a todos. Jesús resumió la finalidad de su vida en la tierra con la misión de dar testimonio de la felicidad verdadera. Para eso nació y vivió, como lo afirmó luego ante Pilatos.
La gran verdad que Cristo nos recuerda es la certeza de sabernos amados por Dios, como hijos suyos en su Hijo. Dios nos ha creado libres, para que optemos por mirarle, escucharle y seguir sus enseñanzas de fraternidad universal y amor hasta dar la vida por el bien de los demás. Ese es el claro ejemplo que nos dejó en sus 33 años que vivió en Judea. Una felicidad interior y de largo alcance, que no se deja engañar del brillo, ruido y temporales promesas.
Esa es la verdad que Jesús nos quiso dejar. La riqueza material nunca puede ser garantía de la felicidad humana, que ante todo radica en el corazón, en el alma. No da mucho el rico que dona de lo que le sobre, sino el pobre, que, con profundo sentido espiritual, da lo que tiene, aunque ese poco sea el todo que posee, pues nunca lo material supera a lo espiritual, que trasciende lo material. Encontremos y poseamos la felicidad conociendo y siguiendo a Jesucristo