Cancún, Quintana Roo. – Luego de crear el mundo y todo cuanto existe en seis días, dice la Biblia que Dios, tomó el séptimo para descansar y contemplar su obra.

Lo importante es entender que después de la creación, el Señor disfruta su obra como una expresión que deja al hombre una enseñanza práctica.

Habría que recordar que los números y los tiempos en la Biblia son simbólicos. Trabajar arduamente durante la semana y descansar los domingos como el Señor y con el Señor, es para recuperar las fuerzas del cuerpo y del espíritu y ser con esto dueños de lo que cada quien hace y no esclavos del activismo.

Dios no crea al hombre como a las demás criaturas con una palabra, sino moldeándolo con sus propias manos y soplándole el aliento de vida. Dos componentes son los que tiene el hombre: polvo, es decir, materia como todo el universo y el Soplo Divino, que alude al Espíritu que lo hace distinto del resto de la creación.

La tierra, el polvo es algo sin valor, esto significa que el hombre en sí, sin la presencia de Dios, si no se deja moldear por Él, si no le es participado el Soplo de la vida, carece de vida. En su humildad el hombre debe reconocer que viene de la tierra y a está ha de volver. Hay también nobleza de Dios al moldear al hombre, con sus propias manos, darle el aliento de su vida, para gloriarse en el Señor.

Dios le entregó al hombre su obra creacional para que la trabajará, antes de que éste cayera en el pecado, por lo tanto, esto quiere decir, que el trabajo no es un castigo sino una forma de colaborar con Dios, para dar continuidad al desarrollo de su creación. El Señor dijo –mi Padre siempre ha trabajado y Yo también– (Jn 5, 17). El trabajo honesto ennoblece y enriquece a la persona, al tiempo que desarrolla la naturaleza.

El flojo es injusto porque se alimenta a costa del sudor de los demás, según constata San pablo en la segunda Carta a los Tesalonicenses, 3, 10, al advertir que quien no trabaja no tiene derecho a comer.

Diferentes y complementarios

Poner nombre a todos los animales, significa que el hombre, tiene autoridad y dominio sobre todas las especies y sobre todo el universo que Dios creó para beneficio suyo, naturalmente que el hombre no debe ejercer arbitrariamente su autoridad, sino conforme al designio de Dios.

La mujer y el hombre, tienen el mismo origen, por lo tanto, la misma dignidad, es decir, ninguno de los dos es superior al otro, pues según el plan de Dios, la mujer es complemento de la vida del hombre. Sin la mujer el hombre queda solo y se acaba; sin el hombre, la mujer queda estéril, no hay descendencia y se acaba la humanidad.

El matrimonio es querido por Dios, porque la mutua dependencia del hombre y de la mujer, permitirán la realización que demanda su naturaleza para asegurar la vivencia de la humanidad. Al contrario, sería que la mutua independencia haría seres infelices, lo que llevaría a perjudicar la descendencia.

En la vida matrimonial la fuerza del amor mutuo, que exige aceptación de los defectos de la pareja y la apreciación de sus valores, virtudes que permitirán que los dos lleguen a ser como una sola persona. (Gen 2, 7–21).

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