“Es Navidad. De Oriente llegan unos magos, porque les espera un recién nacido, porque ha nacido el Rey. Buscan al que los ha llamado, van al que los ha atraído, preguntan por el que los ha guiado, llevan regalos al que se ha hecho para ellos regalo del cielo, encuentran al que ha bajado del cielo para buscarlos. Si te fijas en la estrella que los guía, reconocerás en ella la luz de la fe que a ti te ilumina y te lleva adonde está Jesús. Si te fijas en los magos, hoy entras con ellos en la casa, hoy contigo ellos caen de rodillas en adoración y ofrecen al Niño sus regalos, tu regalo: tu pan y tu vino”. (Fray Santiago Agrelo).

El camino de los Magos es el auténtico camino de la fe. Siempre hay “una luz” que viene de lo alto, “un camino” nada fácil de recorrer y “una meta”: La adoración.

1.- Vimos la estrella en Oriente. Confucio, célebre pensador chino que vivió en el siglo VI antes de Cristo, nos dejó este proverbio: “Cuando el sabio apunta con el dedo la luna, sólo el necio se queda mirando el dedo”. Desde que se escribieron los evangelios ha habido muchos necios que, ante la estrella de los magos, se han quedado mirando el dedo de las apariencias externas y no han descubierto el significado profundo de los hechos.

Sabemos que los evangelios de la infancia se escribieron al final y están coloreados por la experiencia de Pascua. Esa estrella maravillosa que alumbra en el cielo es Cristo Resucitado, que no puede ser patrimonio de un solo pueblo, el pueblo judío, sino de todos los pueblos. Hoy es la fiesta de todos los que creemos en Jesús, aunque no seamos judíos. Fiesta grande, fiesta universal, fiesta de la Humanidad. Pero hay que “mirar al cielo” y descubrir la estrella “para llenarnos de alegría”.

2.- Y venimos. Los Magos se pusieron de camino. Y en el camino de la fe hay que dejar las comodidades materiales y entrar a formar parte en la caravana de los “buscadores de Dios”. Es verdad que la “estrella de Dios” brilla, seduce, fascina y te lanza a una búsqueda apasionante. Pero no es menos verdad que, cuando menos lo esperas, esa estrella “desaparece”. Y corres el riesgo de desanimarte, tirar la toalla y desandar el camino. Lo expresaba bellamente Ortega y Gasset: “En la órbita de la Tierra hay perihelio y afelio: un tiempo de máxima aproximación al sol y un tiempo de máximo alejamiento. Algo parecido ocurre con la mente respecto a Dios. Hay épocas de “odium Dei”, de gran fuga de lo divino, en que esa enorme montaña de Dios llega casi a desaparecer del horizonte. Pero al cabo vienen sazones en que súbitamente, con la gracia intacta de una costa virgen, emerge el acantilado de la divinidad. Y se grita ¡DIOS A LA VISTA!” (El espectador).  

Dios es presencia y ausencia. Y una ausencia “sentida” es un modo de presencia. Tal vez uno de los males de nuestro tiempo es que “no siente” la ausencia de Dios. “Bueno es saber que los vasos nos sirven para beber; lo peor es que no sabemos para qué sirve la sed” (A.Machado).

3.- A adorarle. “El hombre ha nacido para adorar a Dios”. Es el principio y fundamento de los ejercicios de San Ignacio. Si unimos esta frase con la de San Juan de la Cruz: “El hombre ha nacido para la unión con Dios”, debemos concluir que, a máxima unión con Dios, máxima realización de la persona. Cuando, como los magos de Oriente, caemos de rodillas ante Dios y le adoramos, nos vaciamos de nuestro egoísmo personal, nos descentramos de nosotros mismos, y nos llenamos de Dios poniéndolo en el centro de nuestra existencia, ahí se acaba el orgullo y la soberbia de querer ser “como Dios”. En eso consiste el pecado.  Adorar es aceptar con gozo nuestra situación de criaturas y, bien orientadas hacia Dios, nuestro Creador, disfrutar de Dios y de toda su creación, obra de su amor. Y queremos traer aquí unas palabras del Papa Francisco con motivo de la fiesta de la Epifanía: «Para adorar al Señor es necesario ver más allá del velo de lo visible, que frecuentemente se revela engañoso», El Santo Padre subrayó que este modo de “ver” que trasciende lo visible, «hace que nosotros adoremos al Señor, a menudo escondido en las situaciones sencillas, en las personas humildes y marginales. Se trata pues de una mirada que, sin dejarse deslumbrar por los fuegos artificiales del exhibicionismo, busca en cada ocasión lo que no es fugaz». (6-enero-2021).

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