“TU ERES MI HIJO AMADO EN QUIEN ME COMPLAZCO”
“No basta el bautismo con agua. Los que sólo han sido bautizados con bautismo de agua y no han sido bautizados en el Espíritu, se hacen esta pregunta: ¿Para qué creer? La respuesta la dan los que han sido bautizados en el Espíritu: Creemos para vivir la vida con más plenitud. Para atrevernos a ser humanos hasta el final. Para defender nuestra verdadera libertad, sin rendir nuestro ser a cualquier ídolo esclavizador. Para permanecer abiertos a todo el amor, a toda la verdad, a toda la ternura que se encierra en el ser. Para vivir, incluso los acontecimientos más banales e insignificantes, con profundidad. Para no perder nunca la esperanza”. (F. Ulibarri)
1.-Jesús se bautizó mezclándose con el pueblo. Jesús se mezcla con el pueblo, se pone en la fila con la gente y pregunta: Por favor, ¿quién es el último? Y se coloca detrás. No olvidemos que Jesús ha pasado 30 años en un pueblecito de Galilea, Nazaret, “de donde no puede salir nada bueno”. En esos 30 años de soledad, viviendo con sus paisanos, como uno más, uno de tantos, Jesús ha aprendido “modos y maneras” de agradar a su Padre Dios. Con el profeta Isaías ha podido descubrir que el Mesías “no gritará, no voceará por las calles”. El Mesías no hará ruido. Todo lo que tiene que decir, lo dirá mejor desde el silencio. No necesita recompensa de los hombres. Su Padre, “que ve en lo escondido” es su mejor recompensa. El cristiano no va por la vida “gritando”, “imponiendo”, “haciendo ruido”, ni menos “haciéndose el importante”. Sólo los que oran en silencio ante el Padre, tienen algo que decir.
2.– Bajó el Espíritu Santo sobre Él. El Espíritu Santo es el Dios del amor. Y Jesús, al ser bautizado, se siente impregnado, empapado del amor del Padre. Por eso, lo que oye Jesús cuando se abren los cielos, es la voz del Padre que dice: “Este es mi hijo muy amado en el que pongo mis complacencias”. Esta experiencia es tan fuerte en Jesús que, según el evangelista Marcos, ese mismo Espíritu inmediatamente le empuja al desierto (Mc. 1,12). No es el demonio el que le lleva al desierto sino el Espíritu Santo. Jesús necesita tiempo, espacio, silencio y soledad para serenarse y vivir “como-hombre” esa experiencia que le desborda, le inunda y le estremece. El mismo Jesús dirá que no tiene casa. Es el Padre la casa que le cobija, el aire que respira, el pan que le alimenta, el vino que alegra su corazón. El cristiano se bautiza en ese mar infinito de amor. Y procura, como Jesús, hacer las delicias de Dios, su Padre, y desde ahí, amar a los hermanos.
3.– El pueblo estaba en expectación. De una persona “vacía de Dios” no cabe esperar nada, excepto vaciedades, frustraciones. Pero de este hombre Jesús, lleno del Espíritu Santo, se pueden esperar cosas maravillosas. Y ¿Cómo resume la vida de Jesús el libro de los Hechos? “Pasó por la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo” (2ª lectura). No dice el texto: “Pasó por la vida sin hacer mal a nadie”. “Pasó haciendo el bien”. Jesús sabe que la vida del hombre es frágil, “como una caña cascada” Por eso hay que cuidarlo. ¡Se puede romper! No es un buen cristiano el que se limita a no hacer mal. Es cristiano el que dedica su vida, sus años, su juventud, en hacer bien a los que lo están necesitando. Sanar, curar, alentar, levantar, son verbos cristianos. Jesús también alentó todo lo que hay de bueno y positivo en las personas. “No apaga el pábilo vacilante”. Jesús no apaga nada que tenga un valor positivo. Tal vez no podamos presumir de ser “grandes hogueras de amor”. Pero sí de ser “pequeñas lamparitas de barro” alimentadas por el aceite del Espíritu Santo.