El papa Francisco describe a san Francisco de Asís como el “misionero de la esperanza”. San Francisco fue un santo que vivió tiempos difíciles de la Iglesia y la ayudó mucho. Renunció a su herencia dándole más importancia en su vida a los bienes espirituales que a los materiales.

Ciudad del vaticano

Cuando el Cardenal Jorge Bergoglio fue elegido Papa, explicó el nombre por él adoptado a los periodistas: «Francisco de Asís es para mí el hombre de la pobreza, el hombre de paz, el hombre que ama y protege la Creación». Estas son las palabras que expresó a los periodistas en su primer encuentro con los medios de comunicación del 16 de marzo de 2013, con las que explicó lo que significa para él la elección de su nombre y con el cual ya se desvelaban las que iban a ser las pautas de su Pontificado.

La figura de Francisco de Asís es venerada y conocida en todo el mundo. Su preocupación por la hermandad entre todos los seres de la creación es la columna fundamental de su actividad evangelizadora.

San Francisco de Asís. Retazos biográficos

Juan Bernardone (éste era su verdadero nombre y apellido) nació en Asís en 1181 o 1182. Fue hijo de Pedro Bernardone, un rico comerciante en tejidos. Nació mientras su padre se encontraba en Francia por motivo de su profesión. Las gentes apodaron al niño “francesco” (el francés) aunque éste había recibido en su bautismo el nombre de “Juan”.

En su juventud no se interesó ni por los negocios de su padre ni por los estudios. Se dedicó a gozar de la vida sanamente, sin malas costumbres ni vicios. Gastaba mucho dinero, pero siempre daba limosnas a los pobres. Le gustaban las románticas tradiciones caballerescas que propagaban los trovadores.

Cuando Francisco tenía como unos veinte años, hubo pleitos y discordia entre las ciudades de Perugia y Asís. Francisco fue prisionero un año y lo soportó con alegría. Cuando recobró la libertad cayó gravemente enfermo. La enfermedad fortaleció y maduró su espíritu.

Cuando se recuperó, decidió ir a combatir en el ejército. Se compró una costosa armadura y un manto que regaló a un caballero mal vestido y pobre. Dejó de combatir y volvió a su antigua vida, pero sin tomarla tan a la ligera. Se dedicó a la oración y después de un tiempo tuvo la inspiración de vender todos sus bienes y comprar la perla preciosa de la que habla el Evangelio. Se dio cuenta que la batalla espiritual empieza por la mortificación y la victoria sobre los instintos. Un día se encontró con un leproso que le pedía una limosna y le dio un beso.

El proceso de su conversión

Los inicios de la conversión de Francisco hay que buscarlos en torno al año 1202. Él mismo lo dice de modo un tanto parsimonioso, pero claro: “El Señor me dio a mí, Hermano Francisco, comenzar a hacer penitencia de esta manera: cuando estaba en los pecados, me parecía muy amargo ver leprosos; y el Señor mismo me condujo en medio de ellos y practiqué con ellos la misericordia. Y, al separarme de los mismos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura del alma y del cuerpo; y después de esto, permanecí un poco de tiempo y salí del siglo”. (Testamento, 1-4). Según san Buenaventura, un momento particular en el proceso de la conversión de Francisco habría sido una visión misteriosa: Cristo desde la cruz le habría mandado reconstruir la iglesia que se hallaba en ruinas. Ambos acontecimientos – el encuentro con el leproso y la visión del Crucificado – no son contradictorios, constituyen más bien etapas sucesivas en el proceso de la conversión. La llamada del Crucificado, Francisco la entendió literalmente: Y en 1206, al comenzar una vida eremítica, se dedicó a la reconstrucción de pequeñas iglesias en ruinas que se encontraban en Asís y sus cercanías. Para cubrir los gastos de las reconstrucciones usaba el dinero de la tienda de su padre.

La resistencia violenta del padre contra aquel cambio de vida, especialmente contra el uso del dinero proveniente del comercio para ayuda de los pobres y para la reconstrucción de las iglesias, se concluyó con un proceso ante el obispo de Asís, cuando Francisco renunció públicamente al derecho a la herencia, restituyendo al padre incluso los vestidos que llevaba puestos. Habiendo abandonado Asís, al principio trabajó manualmente en la cocina de la abadía benedictina de San Verecundo, después de lo cual sirvió a los leprosos en Gubbio. Vuelto a su ciudad natal, fue para él extraordinariamente importante el día 24 de febrero de 1208 (fecha probable), cuando oyó las palabras del Evangelio sobre el envío de los Apóstoles, que Francisco tomó como dirigidas a él personalmente. Comienza entonces una vida de extrema pobreza, dedicada al anuncio itinerante del Evangelio, especialmente con la llamada a la penitencia. Vivía de los donativos de los habitantes de Asís, que él mendigaba de puerta en puerta.

Los consejos evangélicos

San Francisco tuvo muchos seguidores y algunos querían hacerse discípulos suyos. Su primer discípulo fue Bernardo de Quintavalle que era un rico comerciante de Asís que vendió todo lo que tenía para darlo a los pobres. Su segundo discípulo fue Pedro de Cattaneo. San Francisco les concedió hábitos a los dos en abril de 1209.

Cuando ya eran doce discípulos, San Francisco redactó una regla breve e informal que eran principalmente consejos evangélicos para alcanzar la perfección. Después de varios años se autorizó por el Papa Inocencio III la regla y les dio por misión predicar la penitencia.

En 1212, el abad regaló a San Francisco la capilla de Porciúncula con la condición de que la conservase siempre como la iglesia principal de la nueva orden. Él la aceptó, pero sólo prestada sabiendo que pertenecía a los benedictinos. Alrededor de la Porciúncula construyeron cabañas muy sencillas. La pobreza era el fundamento de su orden. San Francisco sólo llegó a recibir el diaconado porque se consideraba indigno del sacerdocio. Los primeros años de la orden fueron un período de entrenamiento en la pobreza y en la caridad fraterna. Los frailes trabajaban en sus oficios y en los campos vecinos para ganarse el pan de cada día. Cuando no había trabajo suficiente, solían pedir limosna de puerta en puerta.

El momento de su muerte

En el verano de 1225 lo llevaron con varios doctores porque ya estaba muy enfermo. Poco antes de morir dictó un testamento en el que les recomendaba a los hermanos observar la regla y trabajar manualmente para evitar la ociosidad y dar buen ejemplo. Al enterarse que le quedaban pocas semanas de vida, dijo “¡Bienvenida, hermana muerte! “y pidió que lo llevaran a Porciúncula. Murió el 3 de octubre de 1226 después de escuchar la pasión de Cristo según San Juan. Tenía 44 años de edad. Lo sepultaron en la Iglesia de San Jorge en Asís

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