EL DOGMA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
BULA QUANTA CURA Y SYLLABUS PONTIFICADO PÍO IX
Aunque furiosamente una tradición constante había saludado atacado por la revolución y combatido por toda suerte de tempestades, Pío IX no cesa de difundir la luz sobre el mundo católico. Entre los numerosos actos que hicieron célebre y glorioso su pontificado, hay tres de excepcional importancia sobre todo en la historia del dogma y de la verdad católica.
Desde las primeras edades cristianas una tradición constante había saludado a María como heredera de las promesas divinas. Era creencia general que, por un privilegio de Dios, la que había sido predestinada a ser madre del Salvador, fue preservada de la mancha original. Esta creencia la había sancionado la Iglesia desde largo tiempo por la fiesta que Sixto IV fijó en el 8 de diciembre. Más esto no bastaba todavía a la piedad cristiana. Obispos, reyes, órdenes religiosas, incluso naciones enteras habían pedido en varias ocasiones a los Soberanos Pontífices elevaran a la categoría de dogma revelado, una verdad tan universalmente admitida. Antes de satisfacer tan piadosos deseos, Pío IX deseo conocer el sentir del universo católico. De Gaeta donde había ido a buscar un refugio un refugio, consultó a todas partes para conocer las tradiciones de las iglesias particulares. Ahora bien, todas reconocían unánimemente la verdad de la Inmaculada Concepción de María. En fin, el 8 de diciembre de 1854, en presencia de doscientos Obispos reunidos en Roma, de todos los puntos del orbe, Pío IX proclamó como doctrina revelada de Dios y como verdad de la fe católica, que la “Bienaventurada Virgen María” por una gracia de Dios Todopoderoso, y en virtud de los méritos de Jesucristo, salvador del linaje humano, ha sido perseverada y completamente eximida, desde el primer instante de su concepción, de toda mancha de pecado original.
Desde la promulgación de este dogma por la Bula Ineffabilis, ya no es lícito rechazar la concepción sin mancha de María sin caer en herejía. A buena hora vino esta definición, cuando más necesaria era para atraer una bendición especial de María sobre el mundo agitado. Todo el universo cristiano acogió esta proclamación como un acto de la más alta prudencia y una señal de esperanza.
La Encíclica Quqntq Cura y el Syllabus (1864). – Diez años más tarde, al celebrarse la misma fiesta de la Inmaculada Concepción, después de haber dejado madurar por largo tiempo el proyecto, resolvió lanzar una condenación general de todos los falsos principios, de todas las falsas máximas, de los errores de toda suerte, acumulados desde principios de siglo y censurados a menudo por sus predecesores o él por mismo. En su carta Encíclica Quanta Cura, el Soberano Pontífice denuncia al mundo cristiano tres grandes errores de donde dimanan los males que afligen a la Iglesia: las pretensiones cesarianas o la tendencia de los príncipes y de los gobiernos a someter a su autoridad las personas y cosas religiosas, sin tener en cuenta el derecho divino y eclesiástico; el liberalismo error moderno que osa enseñar que para la perfección y el progreso de la sociedad humana, debe constituirse y gobernarse con absoluta independencia de la religión; y en fin la revolución, la que pretende que la voluntad del pueblo debe reemplazar a todo derecho y constituye la ley suprema y universal.
A la Encíclica, va anexo el Syllabus, qué en un índice de ochenta proposiciones, todas ellas erróneas, juzgadas y condenadas por la Iglesia. Dichas proposiciones están distribuidas en diez párrafos, que resumen al objeto especial de las mismas. Dieciocho se refieren al panteísmo, naturalismo, racionalismo absoluto o moderado y al indiferentismo; veinte a la Iglesia y sus derechos; diecisiete a la sociedad civil considerada en sí misma y en sus relaciones con la Iglesia; veintiuna conciernen a la moral natural y cristiana, al matrimonio cristiano y al principado civil del Romano Pontífice; las cuatro últimas tienen por objeto el liberalismo contemporáneo.
El mal estaba completamente desenmascarado: la prensa revolucionaria lanzó un grito de furor. La Francia que era la más hondamente afectada, ofreció un singular espectáculo: por una parte el gobierno ensayando atenuar el efecto de la Bula y del Syllabus, por medio de trabas que a nombre de los artículos orgánicos se opusieron a su libre circulación; por otra, los verdaderos católicos satisfechos al ver que la autoridad de la Iglesia cortaba las enojosas cuestiones que agitaban a la época; y por último, una facción de católicos militantes, tocados por el liberalismo, esforzándose por escapar de los golpes que sobre su cabeza caían. Mas el error, estaba herido de muerte y el Syllabus será el área donde busquen refugio los pueblos que no quieren perecer.
Nuestra sociedad lo ha olvidado e insiste en los errores que nos están haciendo perecer.