Esta historia de amor que termina en boda comienza en Puebla, lugar donde Rocío Rondero, una chica mexicana de 27 años conoció a René, un joven asturiano de Gijón, que se había desplazado por motivos profesionales.
Fue flechazo a primera vista. Primero amigos y muy pronto novios. Todo iba bien, de manera que al poco de haberse conocido, René le dijo a Rocío que, si algún día se llegaban a casar, le gustaría hacerlo en Covadonga. Rocío contestó que por supuesto, sin darle mucha importancia a la propuesta: en primer lugar, porque acababan de conocerse y en segundo lugar, porque René no era creyente, así que lo de una boda en santuario quedaba un poco lejos.
Sin embargo, a pesar de las diferencias religiosas ellos siguieron manteniendo una relación estupenda.
“Yo le fui contando a René lo que suponía formar una familia cristiana, abierta a la vida, que educara en la fe a nuestros hijos… René me escuchaba, y un día me dijo que quería empezar a recibir formación cristiana. Poco después hizo la Primera Comunión y recibió el sacramento de la Confirmación. Yo fui su madrina. Llevaba mucho tiempo rezándole a la Virgen por su acercamiento a Dios”.
Todo ello fue un motivo de gran alegría, y poco a poco esta relación se iba haciendo más profunda, y lo de pasar la vida juntos pasó de ser una frase de insta-storie a ser un proyecto de vida real. Las familias de ambos se conocieron y empezaron, algunos preparativos en firme de la futura boda.
Debido a la pandemia y al confinamiento se tuvo que parar toda la preparación de la boda. Entre tanto, se sucedían las conversaciones con su familia que lógicamente querían asistir al enlace. Las fechas bailaban y los nervios iban aumentando.
Sin embargo, con el apoyo de la familia comenzó para la pareja otra carrera de obstáculos. Empezaron a buscar dónde se podía celebrar la boda: una parroquia, una capilla… sin descartar su sueño: casarse en Covadonga. “Para casarnos allí, se necesitaba un certificado especial, con el permiso del Abad que justificara el motivo del viaje. Pero, ¡por fin! llegó ese permiso, proponiéndonos celebrar la boda en una pequeña capilla que hay en el interior de la gruta, donde se conserva la imagen réplica de la primitiva de la Virgen”.
Eligieron el 28 de noviembre, día en que se conocieron. A la boda asistieron sólo siete personas y el sacerdote.
“No pudimos celebrarlo materialmente, ya que estaban cerrados todos los hoteles, restaurantes y cafeterías por la pandemia. Pero, para nosotros, eso era lo de menos, lo más importante, ya lo habíamos celebrado. Nos despedimos de nuestros invitados y de camino a casa, nos encontramos con un McDonald’s que estaba abierto, nos bajamos del coche y nos compramos una hamburguesa con un refresco que tomamos felices en casa”.
La familia de Rocío, aún con la pena de estar a miles de kilómetros de distancia, estuvo profundamente unida al nuevo matrimonio. Todo pasa por algo. Dios nos ama y tiene un proyecto divino para cada uno de nosotros, pues nunca deja de caminar a nuestro lado… aunque el camino dé mil vueltas”.