ANA BEATRIZ LUTZOW BORGES
José es un nombre hoy muy común, se encuentra por primera vez en el Libro del Génesis en referencia a uno de los doce hijos de Jacob de los cuales José, hijo de Raquel, fue el número once. Pero del José al que nos referiremos, lo más importante es su vida, sus acciones y no su nombre.
Fue descendiente del Rey David y por su descendencia surge Jesús que debía de ser de ascendencia de David, que fue pastor en Belén. En los libros apócrifos se dice que él era un hombre mayor y tal vez viudo con cuatro hijos, que toma por esposa a María para que preservara su virginidad ya que ella se la había consagrado a Dios. Se dice que se dedicaba a la carpintería y qué junto con otros once ancianos se presenta ante los sacerdotes con sus varas y todos hacen oración, porque uno de ellos era quien debía acogerla, pero solo en la de él, florece una flor de almendro, indicando a los presentes que Dios lo había elegido. Así que él fue el encargado de llevar a María a su casa, darle nombre y cuidar de su virginidad y su prestigio.
Una vez en casa de José, nos narra ahora si Sn Mateo en el Evangelio, como se le aparece el Ángel Gabriel y se produce lo que conocemos como la Anunciación y una vez aceptada, la Encarnación del Hijo de Dios. Cuando regresa José después de estar trabajando varios días fuera de casa, se entera de que María está embarazada y cuál no sería su decepción ante este traumático descubrimiento. Al ser un hombre noble, de buen corazón, decide dejarla en silencio para librarla de la muerte por lapidación que era el castigo para las adúlteras, quedando él como un hombre que no cumplió su promesa, aunque perdiera el respeto y el prestigio en su comunidad. Y aquí nos damos cuenta de como él respetó no solo la vida de la “infiel”, sino del hijo que esperaba. Sin embargo, al acostarse tuvo un sueño en el que un ángel le revela la verdad del embarazo de su esposa y él siente la certeza – conociendo las virtudes de María- de que este sueño era la realidad y la verdad de la situación. Para quién tiene fe, eso fue una certeza, no necesitó más pruebas.
Partiendo de aquí comenzamos a mirar las grandes virtudes de José, no solo su fe inquebrantable, sino su misericordia, su obediencia a la voluntad de Dios, que se torna en la más importante y su espíritu de lucha al tener que trasladarse con su esposa embarazada a punto de dar a luz, hasta Belén a causa del Censo que decidió César Augusto. Seguramente que él tenía familiares allá, tal vez por eso dice el Evangelio que “fue a los suyos y no le recibieron”, porque no los esperaban y tal vez ya habían rentado los espacios para ganar un poco de dinero ya que era momento propicio para hacerlo. Tuvo que ser difícil el buscar un espacio, limpiarlo y acomodarlo para que naciera el Niño en las mejores condiciones posibles y mucho más complicado “por obediencia y seguridad” tener que huir a un país lejano y desconocido para poder preservar la vida de Jesús ante la amenaza de Herodes. Siempre dispuesto, siempre atento a las necesidades de su familia, pero, sobre todo, a la voluntad de Dios.
En los Evangelios poco hay escrito acerca de él, pero es ¡tanto lo que su silencio implica! Encontramos en él un hombre responsable, trabajador, valiente, decidido, audaz que se lanza a cualquier empresa con tal de defender y cuidar de la familia que el Señor le encomendó sin una sola queja. Tres años en un país extraño, sin poder ir a las fiestas religiosas judías a su Templo, pero sabía que daba culto a Dios a través de Jesús y María. No podemos señalar solo una virtud porque descubrimos tantas sin ser mencionadas en los Evangelios.
Jesús fue creciendo no solo en gracia y sabiduría como dice Sn. Mateo, sino en edad para poder ayudar en el taller y las labores propias de un adolescente. En el judaísmo es el padre el que se ocupa de transmitir la fe y la teología, es el padre el que enseña los valores y principios, lo acompaña en el Bat Mitzvah (hijo de los mandamientos) que es el momento en que un joven de 12 años ya es capaz de leer Sagrada Escritura y entra a la adultez religiosa. O sea, podemos entender quién fue el artífice de su conducción religiosa.
Sabemos que murió sin ver la sangre derramada de su hijo en la Cruz, pero estuvo presente en su Circuncisión, en las primeras gotas de sangre que brotaron de su cuerpecito cumpliendo con el rito primero de un verdadero judío.
No todo se dice con palabras, los hechos hablan por si mismos, así que no es necesario que San José diga palabras en la Biblia, sus hechos lo dicen todo, hablan por él mucho más que mil palabras.