En un mundo herido y agotado por la pandemia y por tantas situaciones de dolor y muerte, el Patriarca latino de Jerusalén, en la plenitud de la Pascua, llama a la Iglesia a dar testimonio con fuerza y convicción de que cada muerte, cada dolor, cada esfuerzo, se puede transformar en vida, que hay esperanza.
Alina Tufani – Ciudad del Vaticano
En la intimidad del Santo Sepulcro y con el canto de la antífona: «He resucitado y estoy contigo, aleluya», el Patriarca latino de Jerusalén, monseñor Pierbattista Pizzaballa, abrió la celebración de la Pascua de Resurrección en Tierra Santa, recordando que estas también son palabras que podemos repetir cada uno de nosotros porque en Cristo Resucitado renacemos del pecado y la muerte a la gracia y la vida. En el primer día de la semana, reunidos para proclamar que Cristo Ha Resucitado, la invitación del Patriarca, en su homilía, fue a ver y creer como los primeros cristianos, puesto que ellos vieron al Resucitado y creyeron profundamente, desde ese mismo sepulcro vacío, que “la ausencia del cuerpo de Jesús”, sino del surgir de una nueva vida.
“Y esto es lo que hoy, cada uno de nosotros está llamado a hacer: entrar en los lugares de la muerte, y quedarse allí, al borde de la tumba, para ver y creer que a pesar de que la muerte sigue asustando, en realidad ya no tiene poder”, afirmó monseñor Pizzaballa.
El patriarca explicó que permanecer en el umbral del sepulcro, como los presentes en esa celebración, es mantener abierta una frontera, un pasaje, para vivir continuamente este movimiento de la muerte a la vida. Ver que los signos de la muerte siguen presentes, pero creer en esa gran y absoluta novedad, la Pascua de Resurrección, que no son “cuerpos que volvemos a encontrar sino ojos que se abren” a una nueva forma de ver más que a redescubrir las cosas del pasado.
“En este último año en gran parte del mundo, hemos contado sobre todo contagios, enfermos, muertos y probablemente, somos un poco como María Magdalena: tentados a correr hacia atrás, a buscar los cuerpos que hemos perdido, las oportunidades perdidas, las vacaciones postergadas, la vida que parecía escaparnos. Todos soñamos con un regreso a la normalidad que, sin embargo, podría ser tanto como querer encontrar un cadáver, un mundo y una vida enferma, marcada por la muerte”, enfatizó.
En cambio, continuó el Patriarca, en el Santo Sepulcro resuena la voz del Resucitado que orienta y reabre nuestros ojos para ver en el vacío, ser capaces de ver la novedad de la Pascua, mirar los signos de la pasión y ver los indicios y la promesa de una vida nueva y extraordinaria, “no porque seamos soñadores sino porque creemos en Dios, el Señor de lo imposible”.
“Creo que este mundo, cansado, herido, agotado por la pandemia y por tantas situaciones de miedo, muerte y dolor; agotado por demasiadas búsquedas vanas y que encuentra cada vez menos lo que busca, necesita cada vez más una Iglesia con ojos abiertos, desde una mirada de Pascual que sabe ver las huellas de la Vida incluso entre los signos de la muerte”, dijo monseñor Pizaballa.
Agregó que una Iglesia humilde y orgullosa de la victoria de su Señor, puede y debe empezar de nuevo, atreviéndose a proponer a todos la alegría del Evangelio, volviendo a dibujar un mundo y una historia de nuevas relaciones de justicia y fraternidad. En este contexto, el patriarca afirmo que “nada es imposible para quien tiene fe” y llamó a los cristianos a tener el valor de ser discípulos de lo imposible, capaces de ver el mundo con una mirada redimida por el encuentro con el Resucitado, y creer con la fe sólida de quien ha experimentado el encuentro con la Vida.
“Cristo no es un cadáver: Su Palabra no es letra muerta, Su reino no es un sueño roto, Su mandamiento no está desactualizado: Él es la vida, nuestra vida, la vida de la Iglesia y del mundo”, exclamó.
Por último, monseñor Pizzaballa pidió que esa verdad, ese anuncio de Cristo Resucitado que como fieles y como Iglesia estamos llamados a proclamar “no sea solo un saludo”, sino el testimonio convencido y profundo de que “cada muerte, cada dolor, cada esfuerzo, cada lágrima se puede transformar en vida. Y que hay esperanza. Siempre hay esperanza”, concluyó.