Estaban al pie de la cruz de Jesús: su madre; la hermana de su madre; María de Cleofás; y María Magdalena. Al ver a su madre y a su lado al discípulo amado, dijo Jesús: —Mujer, ése es tu hijo, Y luego dijo al discípulo: —Esa es tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 25-27).
Jesús, a punto de morir, se preocupa por su madre, ya que, de acuerdo con la ley judía, debe quedar a cargo de algún varón para que la cuide. Jesús encarga esa tarea al discípulo amado. Es un detalle que no podía faltar en el alma sensible de un buen hijo, como era Jesús.
Hay un sentido más profundo, simbolizado, hay que, caer en la cuenta de que Jesús, en lugar de “madre” dice “mujer”, y en lugar de otro nombre dice “el discípulo amado”.
San Juan por primera vez cuando narra la última cena: “Uno de los discípulos, el amado de Jesús, estaba reclinado inmediato a Jesús” (In 13, 23). El discípulo amado es el que vive cerca de él con una relación de intenso amor mutuo que produce una especial sensibilidad; es el confidente de Jesús, a quién él no oculta sus secretos, porque es capaz de percibirlos.
Dos son las características del discípulo amado: el amor y el testimonio, el cumplir el mandamiento nuevo y el transmitir el mensaje de Jesús. El verdadero discípulo, el “discípulo amado” representa así a todos los que quieren interpretar auténticamente con su vida el amor y el mensaje del Maestro. Es el modelo del discipulado cristiano.
Si la expresión “el discípulo amado” tiene ese sentido simbólico, también ha de tenerlo la expresión “mujer”, aplicada por Jesús a María tanto en Caná como en la Cruz. Lo mismo que en Caná, “aleja Jesús la atención de su parentesco de sangre con María para concentrarse en el hecho de que en adelante… María ha de buscar sus hijos no en aquellos que se hallan cerca de ella por los vínculos de la sangre, sino en aquellos que toman parte en su misma ilimitada fe y permanecen junto a Jesús hasta el final” (Mc Hugh, o. c., p. 482). Se trata de nuevo de la maternidad de María según la fe más que de su maternidad según la carne.
Por eso en la Cruz, además de llamar “mujer” a la Virgen María, se la entrega como “madre” al discípulo amado: “Dijo al discípulo: ésa es tu madre”. Las palabras de Jesús son claras y nos recuerdan otras de Jesús en el mismo evangelio de Juan hablando precisamente de su pasión y cruz: “Cuando la mujer va a dar a luz se siente triste porque le ha llegado su hora; pero, cuando nace el niño, ya no se acuerda del apuro, por la alegría de que ha nacido un hombre para el mundo” (16, 21). ¡Cuán naturalmente pensamos en la Virgen María al oír estas palabras! Jesús “no sólo compara su pasión a un alumbramiento, sino que asimila su “hora” a la hora en que la mujer va a ser madre; dice además que la mujer se alegra de dar al mundo un hombre, no un niño… Se trata ciertamente de la hora sublime del nacimiento de la Iglesia. Nacimiento ciertamente debido al sacrificio de Cristo, pero al que es llamada María para colaborar en su calidad de mujer que lleva a cabo su acción materna”
Hay otro texto importante con el que muchos teólogos relacionan a la “mujer” y “madre” del Calvario. Es el versículo 15 del capítulo 3 del Génesis: “Enemistad pondré entre ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo; él te pisará la cabeza cuando tú hieras su talón”. Es lo que llamamos el Proto evangelio, es decir, el primer anuncio de la Buena Nueva de la salvación. Dios habla a la antigua serpiente y le profetiza que será vencida por el linaje de la mujer.
Con la muerte de Jesús, la antigua serpiente estaba hiriendo el talón del linaje de la mujer; pero con la muerte y la resurrección de Jesús, la antigua serpiente estaba siendo vencida para siempre.
Y es asimismo muy natural que pensara en la mujer-madre de Jesús, el linaje vencedor. Por su “peregrinación de fe permaneciendo unida a su hijo con fidelidad hasta la cruz” (LG 58), su hijo la asocia para siempre a su triunfo sobre el mal y a su misión de dar vida en abundancia.
Autor: Resumen de escritos de Padres Vicencianos.