Dentro de la riqueza extraordinaria del nombre Juan, que de por sí es ya inagotable, tenemos algunos compuestos que han adquirido categoría de nuevo nombre, como es el caso de Juan de Dios, gracias a la fuerza de una sola gran persona, que imprimió al nombre un sello indeleble; de manera que muchos, a partir de él, amaron el nombre y con él bautizaron a sus hijos, convencidos de que era agradabilísimo de llevar.
San Juan de Dios, fundador de los Hermanos Hospitalarios, nació en Montemayor el Nuevo (Portugal) en 1495 y murió en Granada el 8 de marzo (actual día de su fiesta) el año 1550. Este santo ha entrado por méritos propios en el mundo de los mitos, por lo que su biografía está jalonada de grandes episodios que constituyen en muchos casos la exaltación mítica de acontecimientos de gran relevancia. Así, cuentan sus biógrafos que al nacer el santo, su casa se inundó de una gran claridad y las campanas de la ciudad resonaron por sí solas. Fue en Granada, oyendo la predicación del beato Juan de Ávila, donde el joven Juan de Dios, que se dedicaba al ejercicio de las armas, se dejó tocar por la gracia de Dios de tal manera, que vendió cuanto tenía y lo repartió a los pobres. Tuvo la fortuna de ser tomado por loco y encerrado en un manicomio, por lo que tuvo ocasión de ver cuán mal se trataba a estos enfermos, lo que le determinó a consagrar su vida a mejorar la condición de éstos. Con permiso de su confesor Juan de Ávila, reunió limosnas para fundar en Granada un amplio y bien dotado hospital, y atrajo generosos compañeros que le ayudaron en su empeño, con lo que colocó los cimientos de su futura Orden. Sucedió en este hospital que, habiéndose declarado un incendio, Juan de Dios pasó entre las llamas a salvar uno a uno a todos los enfermos, y no contento con esto, siguió transitando entre las llamas para salvar sus lechos. Los últimos días de su vida teníale postrado en cama la enfermedad. Mas no sintiéndose digno de morir en una cama como sus enfermos, cuando vio llegada la hora de su muerte se postró en el suelo, y ahí quiso morir, apretando con su mano contra el pecho un crucifijo. En esta actitud permaneció durante seis horas. Toda la ciudad de Granada le despidió rindiéndole un multitudinario tributo de agradecimiento.
El 1º de enero de 1571, el papa san Pío V aprobó solemnemente la Orden de los Hermanos Hospitalarios. El papa Alejandro VIII canonizó a san Juan de Dios y León XIII lo declaró patrono de todos los hospitales y enfermos, introduciendo la invocación de su nombre en las oraciones de los agonizantes. 75 años después de su muerte, la orden de los Hermanos Hospitalarios había fundado hospitales en gran parte de Europa, en México, en Chile, en el Perú y en todas las «Indias Occidentales»; en Filipinas, en Asia y en África. Y siguió hasta el día de hoy su crecimiento.
He ahí un gran hombre que hizo grande su nombre por su entrega a una gran obra Pueden legítimamente sentirse orgullosos de él quienes lo llevan. ¡Felicidades!