Recibirán la púrpura el próximo 28 de noviembre: 9 son menores de ochenta años y entre ellos está el Custodio del Sagrado Convento de Asís, el Padre Mauro Gambetti.

Vatican News

Trece nuevos cardenales para la Iglesia, nueve de ellos menores de ochenta años y por lo tanto con derecho a participar en un futuro cónclave, a los que se añaden cuatro mayores de ochenta. Es el anuncio, como siempre por sorpresa, que el Papa Francisco hizo al final del Ángelus el domingo 25 de octubre, comunicando a los fieles en la Plaza de San Pedro y de todo el mundo la creación de los nuevos cardenales.

Dos de los nuevos cardenales pertenecen a la Curia Romana: son el secretario del Sínodo de Obispos, el maltés Mario Grech, y el italiano Marcello Semeraro, antiguo Obispo de Albano y nuevo Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos. A ellos el Papa ha unido a seis pastores de Iglesias en el mundo: el arzobispo de Kigali, Rwanda, Antoine Kambanda; el arzobispo de Washington, EE.UU., Wilton Gregory; el arzobispo de Capiz, Filipinas, José Fuerte Advincula; el arzobispo de Santiago, Chile, Celestino Aós Braco; el vicario apostólico de Brunei, Cornelius Sim; el arzobispo de Siena, Italia, Augusto Paolo Lojudice. Con ellos el Papa también nombró al actual Custodio del Sagrado Convento de Asís, el Padre Mauro Gambetti.

A los nueve cardenales menores de ochenta años, el Papa Francisco también se ha unido cuatro nuevos cardenales mayores de ochenta. Se trata de Felipe Arizmendi Esquivel, arzobispo emérito de San Cristóbal de Las Casas (México); el nuncio apostólico Silvano Tomasi, antiguo observador permanente en las Naciones Unidas en Ginebra, que trabajaba en el Departamento para el Desarrollo Humano Integral; el padre Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia y el párroco del Divino Amor Don Enrico Feroci.

Los cardenales llevan el color púrpura, lo que indica su voluntad de sacrificar «usque ad sanguinis effusionem», hasta el derramamiento de sangre, al servicio del Sucesor de Pedro, y aunque residan en las regiones más remotas del mundo se convierten en propietarios de una parroquia en la Ciudad Eterna porque están incardinados en la Iglesia de la que el Papa es obispo.

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